La palabra ateneo proviene del culto a Atenea -protectora griega de las artes y las ciencias- y seguramente fue escogida por quienes vieron en ese nombre el más apropiado para designar unos espacios de cultura y formación.
En España, los ateneos empezaron a desarrollarse, principalmente en las ciudades, durante la mitad del siglo XIX, en los albores de la revolución industrial y en una época en la que también el cooperativismo, unificador de valores como la unión y la autogestión, también daba sus primeros pasos, especialmente en zonas rurales. Poco después de su nacimiento, esos primeros ateneos, nacidos de la iniciativa popular, perderían influencia para ser absorbidos por buena parte de la burguesía y la iglesia católica, situación que se mantuvo hasta aproximadamente los primeros años del siglo XX. Es entonces cuando nacen los ateneos populares, los centros republicanos y las casas del pueblo, auténticas universidades que contribuirán a crear una opinión crítica y analítica. De entre ellos, los ateneos libertarios, a partir de la Segunda República, vieron cómo progresivamente sus locales se iban llenando de obreros que pretendían acceder a la cultura almacenada en las bibliotecas que cada centro tenía. Ese afán por cultivarse sería su punto de partida, mientras que las asambleas, conferencias y otros actos se convertirían en el camino escogido para rebelarse contra una sociedad que les había convertido en meros productores, en esclavos asalariados, tanto a ellos como a su numerosa descendencia.
Durante su implantación y desarrollo la presencia del anarcosindicalismo también estuvo presente, utilizándose y compartiendo en numerosas ocasiones los locales de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Fruto de esa convivencia, muchos jóvenes también militarían en las Juventudes Libertarias, y muchas mujeres tomarían por primera vez contacto con el ideal anarquista, asignatura pendiente, por aquel entonces, en la mayoría de sindicatos de la CNT. Eran tiempos donde se perseguía un ideal de vida libertario, algo que consideraban necesario para construir «un mundo nuevo», más solidario, igualitario, fraternal, más justo y más libre.
Gradualmente, los ateneos se irían convirtiendo en un lugar de encuentro donde confraternizar con los vecinos del barrio o pueblo, difundir las ideas libertarias en sus boletines, editar libros, organizar actuaciones teatrales y recitales poéticos, realizar conferencias, hablar sobre la salud y la sexualidad, programar excursiones o impartir infinidad de cursos, como sucedería con el esperanto. En este proceso de transformación social y búsqueda de la libertad, es importante remarcar que la adquisición de estos nuevos valores, junto con el apoyo mutuo que se vivía en los ateneos, llevó a muchos obreros a abandonar adicciones como el alcoholismo. Además, en su afán por llevar una vida más natural, también tuvo especial relevancia el auge del naturismo, siendo habitual la creación de grupos naturistas libertarios en los ateneos.
Se ha de remarcar además que en los ateneos libertarios se mantuvieron los principios educativos iniciados por las Escuelas Racionalistas, escolarizándose a los hijos de los trabajadores y procurándoles una educación neutra, científica y laica. Como muestra de la importancia de su labor educativa, decir que se les ha llegado a considerar una de las mayores instituciones culturales del primer tercio del siglo XX en España, puesto que una inmensa cantidad de personas participaron en sus actividades y clases lectivas. Otra muestra de la popularidad que adquirieron, y de la preocupación que suscitaban, se desprende de la opinión de Manel Aisa, del Ateneu Enciclopedic Popular de Barcelona. En su artículo, referenciado más adelante, sostiene, tras haber leído Lo que yo supe, del general Emilio Mola, que «se entiende perfectamente contra quién se levanto el ejército el 18 de julio en África, y el motivo no es otro que el conocimiento que estaba adquiriendo el pueblo, ese conocimiento de todos los conceptos estructurales de la vida, que dio capacidad y soltura de entendimiento y desenvolvimiento a los hombres y mujeres que procedían del obrerismo y ese saber había sido adquirido en buena parte de los ateneos convertidos en universidades populares. Sin duda se estaba creando esa capacidad para gestionar una nueva sociedad. Y eso ni militares ni religiosos podían tolerar.» Tres años después llegaría la derrota militar sufrida durante la Guerra Civil y el fin de la Segunda República. Con ella la represión, las ejecuciones y el exilio de quienes habían tenido en sus manos la posibilidad de conquistar un mundo nuevo.
Tras la muerte del dictador, el ansia de libertad propició el resurgimiento del movimiento anarquista, tanto en la refundación de la CNT como en la aparición de otros colectivos y ateneos. Sin embargo, la importancia de su función educativa no tiene hoy la misma relevancia que antaño, puesto que las riendas de la misma están «garantizadas» en manos del Estado y de la Iglesia. Así, durante la segunda mitad de los setenta, en las barriadas populares donde se volvían a crear esos espacios de libertad, los ateneos libertarios se dedicaron, entre otras cosas, a reivindicar los problemas cotidianos de los vecinos. Al principio coordinándose con unas Asociaciones de Vecinos (AA.VV.) que fueron combativas, y ya al final de esa década, ante la politización de las mismas y su asimilación institucional, a evitar que desde los ayuntamientos se tomen decisiones ajenas a la voluntad popular. Una ardua tarea si tenemos en cuenta la manipulación informativa introducida en nuestros hogares a través de la televisión, el vacío reivindicativo de las AA.VV. y la domesticación cultural realizada desde los nuevos Centros Cívicos municipales, muy alejada -no por casualidad- de la cultura reivindicativa que se promueve en los ateneos libertarios.
Actualmente, el número de ateneos libertarios es sustancialmente inferior al de otras épocas. No obstante, siguen adelante con su función cultural y reivindicativa, creando un espacio de libertad autogestionado, rechazando las subvenciones públicas que tienen aletargadas a otras entidades y dependiendo únicamente de las cuotas de sus miembros y de las actividades que organizan para recaudar fondos. Unos principios compartidos también hoy con el movimiento okupa, que ha retomado esta forma de funcionamiento en numerosos Centros Sociales.
Pako Millán
En España, los ateneos empezaron a desarrollarse, principalmente en las ciudades, durante la mitad del siglo XIX, en los albores de la revolución industrial y en una época en la que también el cooperativismo, unificador de valores como la unión y la autogestión, también daba sus primeros pasos, especialmente en zonas rurales. Poco después de su nacimiento, esos primeros ateneos, nacidos de la iniciativa popular, perderían influencia para ser absorbidos por buena parte de la burguesía y la iglesia católica, situación que se mantuvo hasta aproximadamente los primeros años del siglo XX. Es entonces cuando nacen los ateneos populares, los centros republicanos y las casas del pueblo, auténticas universidades que contribuirán a crear una opinión crítica y analítica. De entre ellos, los ateneos libertarios, a partir de la Segunda República, vieron cómo progresivamente sus locales se iban llenando de obreros que pretendían acceder a la cultura almacenada en las bibliotecas que cada centro tenía. Ese afán por cultivarse sería su punto de partida, mientras que las asambleas, conferencias y otros actos se convertirían en el camino escogido para rebelarse contra una sociedad que les había convertido en meros productores, en esclavos asalariados, tanto a ellos como a su numerosa descendencia.
Durante su implantación y desarrollo la presencia del anarcosindicalismo también estuvo presente, utilizándose y compartiendo en numerosas ocasiones los locales de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Fruto de esa convivencia, muchos jóvenes también militarían en las Juventudes Libertarias, y muchas mujeres tomarían por primera vez contacto con el ideal anarquista, asignatura pendiente, por aquel entonces, en la mayoría de sindicatos de la CNT. Eran tiempos donde se perseguía un ideal de vida libertario, algo que consideraban necesario para construir «un mundo nuevo», más solidario, igualitario, fraternal, más justo y más libre.
Gradualmente, los ateneos se irían convirtiendo en un lugar de encuentro donde confraternizar con los vecinos del barrio o pueblo, difundir las ideas libertarias en sus boletines, editar libros, organizar actuaciones teatrales y recitales poéticos, realizar conferencias, hablar sobre la salud y la sexualidad, programar excursiones o impartir infinidad de cursos, como sucedería con el esperanto. En este proceso de transformación social y búsqueda de la libertad, es importante remarcar que la adquisición de estos nuevos valores, junto con el apoyo mutuo que se vivía en los ateneos, llevó a muchos obreros a abandonar adicciones como el alcoholismo. Además, en su afán por llevar una vida más natural, también tuvo especial relevancia el auge del naturismo, siendo habitual la creación de grupos naturistas libertarios en los ateneos.
Se ha de remarcar además que en los ateneos libertarios se mantuvieron los principios educativos iniciados por las Escuelas Racionalistas, escolarizándose a los hijos de los trabajadores y procurándoles una educación neutra, científica y laica. Como muestra de la importancia de su labor educativa, decir que se les ha llegado a considerar una de las mayores instituciones culturales del primer tercio del siglo XX en España, puesto que una inmensa cantidad de personas participaron en sus actividades y clases lectivas. Otra muestra de la popularidad que adquirieron, y de la preocupación que suscitaban, se desprende de la opinión de Manel Aisa, del Ateneu Enciclopedic Popular de Barcelona. En su artículo, referenciado más adelante, sostiene, tras haber leído Lo que yo supe, del general Emilio Mola, que «se entiende perfectamente contra quién se levanto el ejército el 18 de julio en África, y el motivo no es otro que el conocimiento que estaba adquiriendo el pueblo, ese conocimiento de todos los conceptos estructurales de la vida, que dio capacidad y soltura de entendimiento y desenvolvimiento a los hombres y mujeres que procedían del obrerismo y ese saber había sido adquirido en buena parte de los ateneos convertidos en universidades populares. Sin duda se estaba creando esa capacidad para gestionar una nueva sociedad. Y eso ni militares ni religiosos podían tolerar.» Tres años después llegaría la derrota militar sufrida durante la Guerra Civil y el fin de la Segunda República. Con ella la represión, las ejecuciones y el exilio de quienes habían tenido en sus manos la posibilidad de conquistar un mundo nuevo.
Tras la muerte del dictador, el ansia de libertad propició el resurgimiento del movimiento anarquista, tanto en la refundación de la CNT como en la aparición de otros colectivos y ateneos. Sin embargo, la importancia de su función educativa no tiene hoy la misma relevancia que antaño, puesto que las riendas de la misma están «garantizadas» en manos del Estado y de la Iglesia. Así, durante la segunda mitad de los setenta, en las barriadas populares donde se volvían a crear esos espacios de libertad, los ateneos libertarios se dedicaron, entre otras cosas, a reivindicar los problemas cotidianos de los vecinos. Al principio coordinándose con unas Asociaciones de Vecinos (AA.VV.) que fueron combativas, y ya al final de esa década, ante la politización de las mismas y su asimilación institucional, a evitar que desde los ayuntamientos se tomen decisiones ajenas a la voluntad popular. Una ardua tarea si tenemos en cuenta la manipulación informativa introducida en nuestros hogares a través de la televisión, el vacío reivindicativo de las AA.VV. y la domesticación cultural realizada desde los nuevos Centros Cívicos municipales, muy alejada -no por casualidad- de la cultura reivindicativa que se promueve en los ateneos libertarios.
Actualmente, el número de ateneos libertarios es sustancialmente inferior al de otras épocas. No obstante, siguen adelante con su función cultural y reivindicativa, creando un espacio de libertad autogestionado, rechazando las subvenciones públicas que tienen aletargadas a otras entidades y dependiendo únicamente de las cuotas de sus miembros y de las actividades que organizan para recaudar fondos. Unos principios compartidos también hoy con el movimiento okupa, que ha retomado esta forma de funcionamiento en numerosos Centros Sociales.
Pako Millán
Número especial Solidaridad Obrera: 100 años de anarcosindicalismohttp://www.soliobrera.org/pdefs/centenario.pdf
A ver si terminan los festejos consumistas y avanzamos en el proyecto de construir un ateneo libertario para todos y todas en la ciudad de Jaén.
ResponderEliminar¡Por la autogestión cultural!