No
sentiste crisálida aun el peso del aire
en tu cuerpo aun sin
límites no hubo deseos alas
en tu cuerpo aun sin límites ciega
luz no sentiste
oh diamante aun intacto el peso del aire.
A
lo lejos azules las montañas qué esperan
Por dónde van las
águilas cruzan sombras la nieve
Canta el viento en los álamos
los arroyos susurran
las luciérnagas brillan en las noches
serenas
olor denso a resina crepitan las hogueras
Con
antorchas acosan y dan muerte a los lobos
En combate de luces
derrotada la nieve
Nada turba al jazmín al aire florecido
Y
sus rubias cabezas sobre la hierba húmeda
Son sus ojos
azules un volcán apagado
En el viento naufragan sus cabellos de
oro
De sus muslos inmóviles tanta luz que deserta
Cómo
duele en la sombra desear cuerpos muertos.
La mies amarillea
caen a tierra los frutos
Ellos vuelven cansados y no hay luz en
sus ojos
Pero los huesos brillan y dividen la noche
Estantigua
que danza alrededor del fuego
La hora es del regreso y no hay luz
en sus ojos
Salpicaduras al borde del camino cabellos aplastados
La hora es del regreso tened cuidado aguardan.
Las
luciérnagas brillan en las noches serenas.
Canta el viento
en los huesos como en álamos secos
entra en el pecho silba y ríe
en las mandíbulas
entre las ramas flota de un ruiseñor el canto
y como un río el viento acaricia sus cuencas
A lo lejos
azules las montañas qué espera
Una antorcha en la mano de
mármol una llama de gas bajo el arco
vacila
Y sus nombres
apenas quiebran la luz el aire
Sepultará la tierra tan
débiles cenizas
volarán sobre ellas golondrinas y cuervos
sobre ellas rebaños pasarán hacia el Sur
se alzará sobre
ellas el sueño de pastores
y desnuda la tierra morirá con la
nieve
La hora es del regreso en sus labios asoman
olvidadas
canciones rostros contra el poniente
Qué voló de sus labios
al cielo y sus ojos azules
qué lava derramaron en qué ocultas
laderas
En sus ojos azules se posaba la escarcha
antaño
fue el deseo siempre arrancada venda
oh qué fuego voló de sus
labios al cielo
aquellos labios rojos que otros nunca olvidaron.
Pero el viento deshace las últimas nieblas
otros creen
que es el frío en las manos caídas
Olvidan que la llama no sólo
se apaga en sus ojos
que después no es el frío, es aún menos
que el frío.
Leopoldo María Panero
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