¿Es la organización formal el método más idóneo para el desarrollo de
la acción anarquista o supone un lastre para el espontaneísmo y se
convierte en un aparato burocrático contrarrevolucionario? En la
actualidad, quizás por la propia situación marginal en la que se
encuentra el anarquismo este debate que parecía superado se reabre.
Los grupos que se posicionan en contra de la organización formal ocupan un amplio y difuso abanico ideológico. De forma general comparten el rechazo a las
tácticas tradicionales del movimiento libertario español, cuyo eje
angular siempre fue el anarcosindicalismo, al que habitualmente
consideran como vanguardista. Un ejemplo de esta propuesta fue la Coordinadora de colectivos Lucha Autónoma, en cuyo texto ¿Qué es la autonomía?(1) explicaban que “la
autonomía busca dotarse de formas organizativas (la autonomía no
implica necesariamente espontaneismo), pero unas formas de organización
que no aspiran a sustituir a los protagonistas de las luchas, no busca
erigirse en vanguardia (o no debería hacerlo)”. Esta disputa entre
insurreccionalismo y organización formal es uno de los eternos debates
en el movimiento libertario cuyo resultado va fluctuando en las
diferentes fases de la lucha de clases.
Fluctuaciones y tácticas adecuadas para cada fase.
La lucha de clases no es un proceso monolítico e invariable.
Atraviesa distintas fases a lo largo de la historia. Unas se
caracterizan por un estado de mayor confrontación entre clases, a las
que llamaremos fases insurreccionales, y otras por una disminución de la lucha social provocada por una pérdida de conciencia de clase, a las que llamaremos fases de retroceso.
La historia del movimiento obrero español nos muestra épocas de gran
actividad insurreccional. Paradigma de ello fueron los años 30 del siglo
XX en Cataluña. En esta fase insurreccional, el movimiento obrero
estaba muy organizado en una poderosa central sindical, la CNT,
complementada por una serie de organizaciones específicas libertarias,
que le dotaban de una gran fuerza. Por tanto, las conquistas a las que
se podía aspirar eran superiores, llegando incluso a la realización de
la Revolución Social, tal y como muestra la clara vocación de construir
una nueva sociedad plasmada en los acuerdos del IV Congreso de la CNT
de 1936, en los que se hace alusión directa al Comunismo Libertario y a
las estructuras organizativas postrevolucionarias. Todo este movimiento
dio como resultado la revolución iniciada con el golpe militar en julio
de 1936.
En un contexto como el que se inició el 19 de julio del 36, el
movimiento libertario puede y debe tomar una línea insurreccional que
haga efectiva la implantación de una sociedad sin clases y sin Estado.
Debido a este proceso de cambio radical de sistema y organización
social, es natural que se empleen tácticas informales ya que permiten
tener una mayor flexibilidad en la lucha y dar una respuesta rápida a
los ataques de la reacción y la contrarrevolución. Las iniciativas de
control obrero surgieron de forma espontánea respondiendo a la necesidad
de gestionar una industria que había quedado descabezada con la huida
de la burguesía, así como el pueblo se echó a las calles de Barcelona
para rechazar el intento de golpe militar sin necesidad de que nadie se
lo ordenara. No obstante, esta informalidad en la organización no debe
perdurar en el tiempo. Según vayan sucediéndose los acontecimientos y se
consiga instaurar la sociedad sin clases y sin Estado, la organización
del conjunto de la sociedad deberá tornar hacia una organización formal
para evitar que los problemas derivados de las tácticas informales, que
trataremos más adelante, se trasladen a la nueva sociedad. Como ejemplo
de organización formal post-revolucionaria nos queda el recuerdo de la
experiencia colectivizadora aragonesa organizada en el Consejo Regional
de Defensa de Aragón.
No es difícil darse cuenta de que la situación actual de la lucha de
clases es bien diferente en nuestra actual sociedad. El movimiento
obrero tiene muy poca fuerza y la burguesía hace y deshace lo que le
viene en gana sin ninguna oposición. La clase trabajadora, carente en su
amplia mayoría de conciencia de clase, se encuentra desorganizada y en
manos de los sindicatos burocráticos (CCOO y UGT), inoperantes y
financiados por el Estado, como única herramienta de defensa contra las
agresiones de la burguesía. Las organizaciones y tácticas libertarias
han perdido presencia en el movimiento obrero, hasta convertirse en algo
meramente testimonial. La lucha de clases se reduce a meras concesiones
reformistas haciendo de ella una caricatura de lo que fue.
Debido precisamente a la escasa fuerza del movimiento, es preciso que
éste tome cuerpo en la organización formal a fin de no verse reducido a
la marginalidad, e ir tomando presencia en el conjunto de la sociedad,
propagando la idea revolucionaria y acumulando las experiencias que se
vayan dando en la lucha. La fase de retroceso no posibilita otra
táctica.
En esta fase de la lucha de clases, el movimiento revolucionario debe
tener como prioridad la acumulación de efectivos y la difusión de sus
propuestas, generalmente desconocidas por el conjunto de la clase
trabajadora. En este contexto, la táctica reformista se vuelve
inevitable, lo que crea el peligro a que se confundan las tácticas y los
fines provocando derivas reformistas y fracturas en el movimiento
obrero, tal y como ocurrió con la CNT en los años 80. Ejemplo de táctica
reformista en este proceso es la del anarcosindicalismo, con objetivos a
corto plazo innegablemente reformistas pero con fines y objetivos
revolucionarios en el horizonte.
Defectos de la táctica insurreccional en la fase de retroceso.
Una de las críticas más habituales por parte de los
insurreccionalistas a las organizaciones formales es el hecho de que
éstas supuestamente tienden a desarrollar una jerarquía formal o
informal y a quitar el poder a las bases. Lo cierto es que este
argumento, tal y como replica Joe Black en su artículo Anarquismo, insurrecciones e insurreccionalismo(2), es “una
buena crítica del leninismo o de las formas social-demócratas de
organización, pero no describe, en realidad, las formas anarquistas de
organización existentes, en particular, la organización
anarco-comunista. Los anarco-comunistas, por ejemplo, no pretenden
sintetizar todas las luchas en una organización única. Mas bien, creemos
que la organización específicamente anarquista debe involucrarse en las
luchas de la clase obrera, y estas luchas deben ser dirigidas por la
misma clase no dirigidas por una organización cualquiera, sea
anarquista o no.”
La experiencia precisamente nos demuestra que estas jerarquías surgen
fuera de las organizaciones formales por falta de mecanismos
organizativos que las eviten. La organización formal, con una serie de
mecanismos prefijados para evitar la aparición de grupos informales de
poder en su seno, es de hecho, una garantía de que esto no ocurra. Por
poner un ejemplo cercano, en la CNT, cuando un comité de un sindicato
adquiere un carácter jerárquico y ejecutivista, existen los mecanismos
necesarios para que la asamblea destituya a este comité y elija a otro.
Además, cada cargo sólo puede ser ocupado por una misma persona durante
dos años, prorrogable a tres si así lo considera la asamblea de dicho
sindicato. También, una persona con un cargo en el comité puede ser
destituida en cualquier momento si no cumple con la responsabilidad que
requiere dicho cargo o por cualquier otra razón que considera la
asamblea oportuna. Esta serie de mecanismos, reflejados en los acuerdos
de la organización, no existen en una asamblea espontánea, por lo que
ésta tendrá más complicado enfrentarse a la aparición de una élite que
la dirija, aunque ésta esté formada precisamente por anarquistas.
Un segundo defecto es el aislamiento que provoca la táctica
insurreccional en la fase de retroceso. Como ya hemos dicho, esta fase
se caracteriza precisamente por un movimiento libertario débil, por
tanto, su prioridad debe ser la propaganda que dé a conocer la idea
anarquista al resto de la sociedad para poder crecer numéricamente a la
vez que los militantes se van formando en el transcurso de este proceso.
Por consiguiente, una táctica insurreccional dirigida al ataque directo
y continuado de instituciones capitalistas y estatales sólo puede
provocar que el resto de la sociedad no entienda estas acciones por el
propio desconocimiento de las propuestas y tácticas anarquistas y, por
ende, no se consiga concienciar a este conjunto amplio de la sociedad
sino, más bien, crear en ellos un rechazo que será efectivamente abonado
por los medios de comunicación en manos del gran capital.
Uno de los grandes beneficios que aporta una federación asamblearia
es la posibilidad de coordinar luchas en espacios muy amplios. Cuando no
se cuenta con una organización formal, llevar a cabo acciones
coordinadas, por ejemplo, a nivel estatal, es siempre más complicado,
aunque no imposible. Cierto es que existen ejemplos de luchas más o
menos amplias coordinadas sin necesidad de una organización formal, pero
existen muchos más de lo que una organización formal puede conseguir,
aun estando formada por pocos miembros. Todo esto por no mencionar uno
de los principios básicos de la táctica anarquista como es la
coincidencia entre fines y medios. Si aprendemos a coordinarnos en
organizaciones más o menos amplias, estaremos formándonos de cara a una
sociedad sin estado, en la que la coordinación entre diferentes
colectivos será una necesidad habitual, y demostrando que la
organización anarquista es efectiva incluso para actividades de un alto
grado de complejidad.
Por otro lado, la ausencia de organización formal es indudablemente
un problema en el aspecto de la acumulación de experiencias. La asamblea
informal tiene por definición un objetivo concreto que responde a un
problema puntual. Una vez finalizado el conflicto, lo más habitual es
que la actividad se diluya y con ello se esfumen muchos de los lazos
creados durante el conflicto y se pierdan los hábitos que tanto cuesta
crear y que tan efectivos resultan a medio y largo plazo. La inercia
creada durante el transcurso de los conflictos no se aprovecha y las
tácticas que han funcionado pueden no perdurar en el tiempo. Ahí nos
queda toda la lucha estudiantil llevada a cabo contra la implantación
del llamado Plan Bolonia, de la que ha desaparecido todo rastro en
apenas un par de años. Sin acumulación de experiencias estamos
condenados a repetir los errores cometidos en el pasado.
Si nos centramos en el aspecto de las luchas obreras, el
anarcosindicalismo parte de pequeños conflictos de carácter reformista,
como puede ser una lucha por una subida de salario en una empresa
concreta, para que, a través de la concienciación de la clase
trabajadora, las luchas se generalicen hasta una escala amplia que
produzca un colapso en el sistema. Por lo tanto, una de las funciones de
la organización formal en este ámbito es la propagación de los
conflictos. Gracias a la federación, podemos contar con una respuesta
rápida a cualquier petición de solidaridad por parte de cualquier otro
colectivo, sindicato, etc. que componga dicha organización. Aunque es
evidente que no es necesario estar federado con otro colectivo para
mostrar tu solidaridad con él, también es fácil ver que la solidaridad
podrá ser más rápida y efectiva cuando existe una relación formal y un
trabajo en común que se realiza de forma habitual.
Por último, fijándonos en el aspecto represivo, del que cualquier colectivo que pelee contra el sistema de forma aislada puede ser una presa fácil, la federación nos dota de un cuerpo protector frente a los ataques que podamos recibir. Permite una mayor y más contundente respuesta a la represión ya que el Estado, mediante los cuerpos represivos, no se enfrentará sólo contra un determinado grupo aislado, sino contra una organización entera.
En definitiva, las ventajas de la organización formal son, como la
historia y la propia experiencia nos ha demostrado, muy superiores a los
de la organización digamos espontánea o autónoma. Además, la
organización formal es la mejor salvaguarda para las aspiraciones
revolucionarias que desgraciadamente suelen derivar en luchas meramente
reformistas cuando se actúa de forma desorganizada y dispersa. Siendo
conscientes de la fase actual de la lucha de clases en la que nos
encontramos, la prioridad del movimiento anarquista debe ser el
reforzamiento de las organizaciones que lo componen, sin descartar el
surgimiento de otras nuevas, y la propaganda masiva de nuestras
propuestas, pues nuestro ideal es nuestra fuerza y será el motor para la
definitiva emancipación de la humanidad.
1. Lucha Autónoma “¿Qué es la autonomía?”
2. Joe Black “Anarquismo, insurrecciones e insurreccionalismo” http://www.anarkismo.net/newswire.php?story_id=4324
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