Miquel Amorós
La historia de nuestra guerra civil está llena de cuestiones cuya
resolución objetiva es una necesidad para aquellos que luchan contra la
destrucción del conocimiento histórico emprendido desde el poder, porque
la liquidación de la memoria histórica asociada al proletariado
significaría la eliminación de toda perspectiva revolucionaria. La
figura de Durruti, en tanto que personificación de la revolución
proletaria anarquista de 1936 concentró muchas de esas cuestiones,
verdaderas heridas del movimiento libertario, que en su propio beneficio
conviene mantener abiertas y hurgar en ellas. Si duelen, es signo de
que sus ideas perviven. Esas ideas no tienen precio. Quienes trataron de
venderlas, se vendieron sólo a sí mismos. El anarquismo o es radical o
no es nada. Sin embargo en los tiempos del espectáculo y la cultura de
masas el pasado vendría ser una mercancía moderna, consumible como
cualquier otra. Un objeto cultural de entretenimiento asequible en
cuadernos coleccionables, DVDs o series televisivas. La banda de
historiadores de la universidad ya no tiene por función la falsificación
o la ocultación del pasado como hacían los estalinistas sino su
conversión en espectáculo. El primer paso de esa preparación para el
consumo ha sido la museificación. La historia para la pandilla
universitaria sería un enorme panteón de cadáveres a los que se podría
despedazar y analizar como se haría con las momias de Egipto. La
distancia que nos separa de ellos sería tan fabulosa que nada habría que
temer. El punto de vista forense certificaría el lejano momento de la
defunción y desplegaría un abanico de hipótesis a escoger. Ese aspecto
"plural" es el marchamo de la mercancía ; en el espectáculo importa poco
la moraleja. Se trabaja para el olvido pero de otra manera : si los
historiadores estalinistas se servían del presente para reescribir el
pasado, los actuales expertos de niversidad se sirven del pasado para mistificar
el presente. La historia-espectáculo legitima la dominación como si
ésta no tuviera que ver con aquél ; embalsamando cadáveres, el poder
quiere mostrarse como el heredero legal de los vencidos y no como el
vencedor de la víspera. Como buen usurpador, quiere que no se sepa que
es un recién llegado, que su pasado es reciente, que prácticamente no
tiene historia. Que está ahí porque nadie se decide a echarlo. Un buen
ejemplo ha sido el "socialismo libertario" que hace unos años sacó de la
chistera el presidente Zapatero. La mercantilización espectacular de la
guerra civil correspondería a una pérdida total del sentido histórico
en las masas, vacías y atemorizadas. No obstante dicha pérdida no es
completa y por lo tanto, tiene remedio. Todavía la historia no es de
quien la manipula. Durruti no ha muerto.
Edita: Muturreko burutazioak
120 págs
Bilbao, 2006
7 €
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