El siguiente texto ha sido transcrito en
función al texto original, publicado en el número 370 de «La Revista
Blanca», a fecha de febrero de 1936. Traducido por E.Muñiz y escrito por
Émile Armand, histórico anarcoindividualista francés. A continuación el
escrito en cuestión:
El amanecer, levantarse; al paso largo o
poniendo a contribución algún medio de locomoción rápido, dirigirse al
«trabajo». Esto es, encerrarse en un local, espacioso o reducido,
aireado o falto de aire. Sentado ante una máquina de escribir, teclear
para transcribir cartas de las cuales no se escribiría la mitad si
hubiese que escribirlas a mano. O bien fabricar, accionando un aparato
mecánico, piezas siempre semejantes. O también no alejarse más de cierta
distancia de un motor del cual se trata de asegurar la marcha o vigilar
su funcionamiento. O finalmente, mecánica y automáticamente, de pie
ante un telar, repetir los mismos gestos y hacer los mismos movimientos.
Y esto durante horas y horas sin variar, sin gozar de ninguna
distracción y sin cambiar de atmósfera. Todos los días.
¿Es eso lo que llamáis «vivir»?
¡Producir! ¡Producir más! ¡Producir siempre! Como ayer, como anteayer,
como mañana si no está uno enfermo o muerto. ¿Producir? Cosas que
parecen inútiles, pero cuya superfluidad está prohibido discutir.
Objetos complicados de los cuales sólo se tiene en las manos una parte,
una parte ínfima y de los que ignoramos el conjunto de las fases de
fabricación. ¿Producir? Sin saber el destino de su producto. Sin poder
negarse a producir para quien no es de vuestro agrado y sin poder
hacer exposición de la menor iniciativa individual. Producir pronto,
con rapidez. Ser un útil de rendimiento que se estimula, que se apremia,
que se atropella, que se agota hasta que ya no puede extraerse nada de
él, ni un céntimo de beneficio.
¿Es eso lo que llamáis «vivir»? Salir
desde por la mañana a caza de la clientela. Perseguir y acosar al
comprador serio. Saltar del Metro a un taxi, de un taxi a un autobús, de
un autobús a un tranvía eléctrico, a menos que esto no sea en un río
cenagoso. Hacer cincuenta visitas en su jornada. Gastar la saliva en
ponderar su mercancía y desgañitarse depreciando la de los otros. Volver
a casa por la noche, tarde, sobreexcitado, extenuado, inquieto,
haciendo desgraciados a cuantos le rodean, vado de toda vida interior y
de todo estimulo hada un mejor ser moral.
¿Es eso lo que llamáis «vivir»?
Palidecer entre las cuatro paredes de una celda; sentir, prevenido, lo
desconocido del porvenir que os separa de los que son vuestros y sentís
vuestros, por lo menos, por el afecto o por la comunidad de riesgos.
Experimentar, condenado, la sensación de que vuestra vida se os
escapa y que ya no podéis hacer nada por determinarla. Y esto por
espacio de meses y de años. No poder luchar ya. No ser más qué un
número, un juguete, un andrajo, un objeto matriculado, vigilado, espiado
y explotado. Todo esto mucho más allá de la equivalencia del delito
cometido. ¿Es esto lo que llamáis «vivir»?
Vestir una librea. Durante uno, dos o
tres años repetir los gestos del matador de hombres. En plena flor de la
juventud, en plena explosión de la virilidad, encerrarse en inmensos
edificios, de donde no se sale y donde no se vuelve a entrar sino
a hora fija. Consumir, pasearse, despertarse y hacer todo y nada, a
hora fija. Todo esto para aprender a manejar los instrumentos que quitan
la vida a desconocidos. Para prepararse a caer un día, herido por algún
proyectil venido de leguas de distancia, proyectado también por manos.
Entrenarse para perder o para hacer perecer. Triunfo y peón en manos de
los Privilegiados, de los Poderosos, de los Monopolizadores y de los
Acaparadores. Mientras que uno no es privilegiado, ni poderoso, ni
poseedor de maldita la cosa. ¿Es a esto a lo que llamáis «vivir»?
No poder aprender, amar, aislarse ni
deambular a su antojo. Tener que permanecer encerrado cuando luce el sol
o cuando las flores de la pradera exhalan sus aromas. No poder
trasladarse al Mediodía cuando el cierzo es glacial y cuando la nieve
azota nuestras ventanas. Ó al Norte cuando el calor es tórrido y cuando
la hierba arde en los campos. Ver ante sí, siempre y por todas partes,
leyes, postes fronterizos, morales, convenciones, guardas campestres,
jueces, fábricas, cárceles, cuarteles; hombres uniformados que protegen,
mantienen o defienden un orden de cosas que entorpecen u obstaculizan
la expansión del Individuo.
¿Es a esto a lo que llamáis «vivir», oh
enamorados de la «vida intensa», turiferarios del «progreso»,
poseedores a la rueda del carro de la «civilización»?
Yo llamo a esto vegetar, llamo a esto morir.
Extraído de http://www.regeneracionlibertaria.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.