Lo
mejor del Antonio Orihuela de siempre y una vuelta de tuerca a la
poesía de la conciencia.
La
poesía de Antonio ha sido siempre un látigo dirigido al núcleo del
sistema. Sin embargo, en este libro aparece una nueva dimensión, a
mi juicio un hilo que recorre muchos de los poemas, la rabia contra
todos aquellos que por omisión permiten la reproducción de la
injusticia. Antonio se esfuerza por desenmascarar a la masa acrítica
sometida por los medios de desinformación y la cultura del
espectáculo, pero también a los bienpensantes del mundo de la
literatura y el arte, cómplices del desastre. Tal es el tono de
indignación que se podría llegar a pensar que Antonio equipara en
estos versos a los ciudadanos borregos y consumistas con sus
verdugos: “Sus votos fueron las armas de destrucción masiva”.
Pero
es que Antonio ha identificado, precisamente, que la superación de
esa estulticia ambiental es, como tal masa, imprescindible, una vez
que las estructuras clásicas de partidos y sindicatos están
contaminadas. Y es desde el amor a la gente, desde el deseo de
liberar su alienación desde donde hay que entender estos versos tan
duros, tan ofensivos, a veces con la gente común.
Es
este un libro tumultuoso, exuberante, en el número de poemas, en la
abundancia de temas, en la diversidad de formatos, en el origen de
las citas. Dividido en secciones que coinciden con los espacios de un
teatro, un libro como este que denuncia la cultura del espectáculo,
guarda muchas sorpresas. Por ejemplo la constante innovación
expresiva de muchos poemas, en especial el que abre el libro
semejando el índice de un manual de autoayuda. Pero sobre todo, a mi
juicio, los hermosísimos poemas de amor tan escasos en su obra, con
imágenes tan sugerentes como: “De este oleaje que somos cuando
estoy dentro de ti”, “desordena este frío” o “porque te
pienso existes”.
En
un mundo dividido en clases, en Estados, en metrópolis y periferia,
es esencial la poesía mestiza, por ejemplo la chicana, la que surge
en las fronteras, no solo la que está atenta al mundo, sino la que
se hace desde el entero mundo. Así es la que hace Antonio, tomando
de las filosofías orientales, de las culturas indígenas, pero
también de la psicodelia, del pensamiento y la praxis ácrata, de la
cultura popular. Y no es un collage yuxtapuesto, sino fuentes de
donde salió un mantra unitario que recorre el libro, que él
metabolizó primero para ofrecerlo al lector.
Igualmente
el vehículo que soporta todo lo anteriormente dicho tiene que ser
consecuente. Por eso introduce versos en catalán, en inglés, en
árabe y lo que es más sugerente muchas voces del español
americano, fundamentalmente cubano y mexicano. La poesía actual no
puede ignorar que frente a la injusticia global hay que
articular pensamiento, y por lo tanto palabra global, que no puede
ser sino la suma de las voces locales.
A
destacar también la enorme actualidad de muchos de los
acontecimientos de fondo que sirven de excusa para construir el
poema, de manera que la actualidad inunda el libro para quedarse,
para pasar a ser símbolo más o menos permanente.
Y
finalmente, una respuesta al problema inicial que también impregna
transversalmente el libro. Frente a la sumisión,
conciencia, frente a la explotación, comunión de todos. La
solidaridad empieza por la conciencia de unidad: “No es que todos
fuéramos uno, es que todos éramos el pensamiento de una misma
mente”, de todos hay algo que suma, como se refleja en el
maravilloso poema final en el que Antonio, en un momento difícil,
actualiza a todos los que significaron algo en su vida en una gran
cofradía, que simboliza a la de los lúcidos, los libres, que desde
esa unidad cambian el mundo: “no te asustes, quiérelo todo”.
Bernardo
Santos
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