Miquel Izard, Que lo
sepan ellos y no olvidemos nosotros. El inverosímil verano del 36 en
Cataluña, Virus, Barcelona, 2012, 392 páginas.
Aquel inverosímil verano
del 36 no por esperado resultó menos sorprendente para toda la sociedad catalana
y para los que desde fuera de Cataluña pudieron seguir de cerca unos
acontecimientos que se desencadenaron de manera trepidante.
El golpe de Estado del
general Franco hacía tiempo que se incubaba. De eso eran conscientes tanto los
que de una u otra manera simpatizaban o colaboraron con el mismo, como el
movimiento obrero que, organizado principalmente en la CNT, salió a la calle no
para defender las conquistas sociales que la República no le quiso dar, sino
para avanzar hacia una sociedad sin clases y sin desigualdades sociales tras
conseguir la derrota del fascismo.
La rabia inicial se
transformó en furia creadora y, de la noche a la mañana, las convenciones
sociales, las formas de producción, las estructuras de decisión y la vida
cotidiana anterior saltaron por los aires, y Cataluña entera se puso manos a la
obra para construir una sociedad sobre las bases de la libertad y la justicia
social para todos y todas.
Al contrario de lo que se
puede leer en tanta historiografía oficial, no fue Barcelona y no fueron los
«murcianos» los únicos protagonistas de la revolución social, fue el conjunto de
obreros y campesinos de toda Cataluña los que salieron a la calle y tomaron el
futuro en sus manos.
La obra colectivizadora en
las fábricas y el campo, la expropiación de locales de la burguesía y de la
Iglesia para escuelas, comedores y hospitales —además de para locales de
sindicatos, partidos y asociaciones—, la creación de comités municipales y de
defensa se extendió por toda Cataluña, de manera espontánea, sobrepasando muchas
veces a las propias organizaciones obreras y borrando de un plumazo las
relaciones de poder anteriores.
También la represión sobre
fascistas, algunos elementos de la burguesía o sus colaboradores y sobre el
clero se dejó sentir en todo el país, pero ni ésta fue tan ciega, ni tan
numerosa, ni fue obra sólo de incontrolados o de miembros de la CNT. Y, sobre
todo, no fue Barcelona donde hubo proporcionalmente más muertos, sino en algunas
zonas rurales donde el caciquismo y la Iglesia habían jugado un papel
especialmente represivo, como nos demuestra Miquel Izard en su abrumador
trabajo: una radiografía de los seis primeros meses de revolución social en
Cataluña, a partir de las noticias de la época y los escritos dejados por sus
protagonistas y observadores de todo el espectro político —tanto los partidarios
como los críticos—, en aquel lejano y extraordinario verano del 36 que unos se
esfuerzan por recordar, mientras otros se empeñan en enterrar.
- Reseña de Manuel Delgado en su blog El cor de les aparences.
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