Al estudiar la teoría de la evolución de las especies de Darwin, nos
ha hecho pensar inconscientemente que la competencia entre individuos
ocasiona su evolución. No obstante, lo que es realmente determinante es
cuando esas teorías se extrapolan a la sociedad, conocido como el
darwinismo social. Se nos ha hecho creer que las jerarquías son el orden
natural, una ley de vida, que unos deben mandar y otros obedecer porque
el ser humano está embrutecido y si no es sometido por un poder, sería
el caos. Esto implica que quienes no sean capaces de decidir sobre su
vida, obedezcan y mientras, otros que busquen el poder vayan escalando
pisoteando a quien se quede atrás.
Desde edades tempranas estuvimos sometidos a la autoridad de los padres,
pues todavía no somos responsables y necesitamos que nos orienten. Sin
embargo, en vez de dejar progresivamente mayor libertad al individuo
conforme vaya creciendo, se sigue manteniendo esa autoridad. Ello
ocasiona que en la mente del ser humano se desarrolle el carácter autoritario que
consiste en el deseo de revancha y venganza contra aquellos que lo han
sometido, buscando ponerse por encima de ellos, o también someterse a un
poder fuerte para sentirse superior y poder humillar a quienes son
considerados inferiores. Incluso añado al sujeto pasivo,
pues éste se somete ciegamente a la autoridad anónima de la opinión
pública y discrimina a quien se desmarque de esa opinión de las mayorías
para no sentirse aislado.
Mostramos ese carácter autoritario en mayor o menor medida cuando
tratamos de imponer alguna idea que defendemos, o cuando ejecutamos una
orden ciegamente con el fin de “joder a quien un día nos hizo una
putada”. La existencia de jerarquías ocasiona que la gran mayoría acabe
interiorizando el carácter autoritario y muchos no se dan cuenta de su
propio comportamiento, aunque otros lo justifican aludiendo a la falacia
“el hombre es un lobo para el hombre” (Hobbes). Vemos en los fascistas y en los militares la máxima expresión del carácter autoritario,
donde quien ocupa la cima impone a raja tabla su voluntad y se destina
solamente a dirigir las vidas de sus súbditos, de quienes esperan una
obediencia ciega y los amenaza con la muerte o un durísimo castigo si
osaran rechistar. En las capas intermedias de esa jerarquía encontramos
individuos que siguen rígidamente las reglas impuestas a la vez que
somete a los que se encuentran en las capas inferiores. En la base es
igual que en las capas intermedias, solo que éstos humillan a quienes no
compartan su opinión. Pero no es solo en los fascismos donde se
manifiesta este carácter autoritario. En todas las sociedades donde
existan jerarquías se da este caso, que aflora muy tímida o sutilmente.
La soberbia, la prepotencia, la arrogancia, el mirar por encima del
hombro, el subestimar a los demás, el acatar órdenes de superiores y
obligar a que otros también los obedezca, el no saber escuchar… son
algunos de los síntomas más relevantes para detectar el carácter
autoritario que, desgraciadamente, todavía entre unos pocos anarquistas
se conservan. Las consecuencias de haber recibido una educación
autoritaria nos lleva al desprecio del vecino o a formar vínculos
superficiales, aunque con honrosas excepciones, en que el individuo
acaba tomando conciencia, sepa que las jerarquías son una lacra y que el
carácter autoritario solo acaba perjudicando tanto a sí mismo como al
resto.
En contraposición, el carácter anti-autoritario supone
la defensa de la horizontalidad, de no ansiar la revancha para pisotear
al vecino sino la eliminación de cualquier tipo de dominación y
subordinación. Para fomentar este tipo de carácter es necesario la
formación y el aprendizaje mutuos, donde el que enseña no ejerza ninguna
autoridad sobre el que aprenda sino que le apoya en su proceso
didáctico. Este carácter parte de la libertad como base para
el desarrollo del individuo, de la oportunidad de poder realizarse sin
tener ningún obstáculo de por medio que lo canalice hacia intereses de
una minoría, de adquirir su responsabilidad en vez de delegarla y el no
reprimir el «yo». Podríamos señalar algunas características como la
solidaridad (que no caridad), la empatía, la humildad (no como sumisión sino como el reconocer a otros), el respeto a los iguales, la desobediencia, la autocrítica, saber escuchar…
La
existencia de relaciones autoritarias entre individuos ocasiona que la
sociedad se corrompa. Ni los que ostentan el poder ni los que se someten
duermen tranquilos: los primeros por miedo a perder su posición y los
segundos, degradados, cada vez más sumidos en el libertinaje. Por ello,
es importante y necesario trabajar la reflexión y tratar de corregir ese
carácter autoritario con el que hemos crecido.
- Extraído de http://www.mundolibertario.org/secciontumornegro/
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