Ateneo Libertario de CNT Jaén

miércoles, 6 de marzo de 2013

El carácter autoritario y el anti-autoritario

Al estudiar la teoría de la evolución de las especies de Darwin, nos ha hecho pensar inconscientemente que la competencia entre individuos ocasiona su evolución. No obstante, lo que es realmente determinante es cuando esas teorías se extrapolan a la sociedad, conocido como el darwinismo social. Se nos ha hecho creer que las jerarquías son el orden natural, una ley de vida, que unos deben mandar y otros obedecer porque el ser humano está embrutecido y si no es sometido por un poder, sería el caos. Esto implica que quienes no sean capaces de decidir sobre su vida, obedezcan y mientras, otros que busquen el poder vayan escalando pisoteando a quien se quede atrás.

Desde edades tempranas estuvimos sometidos a la autoridad de los padres, pues todavía no somos responsables y necesitamos que nos orienten. Sin embargo, en vez de dejar progresivamente mayor libertad al individuo conforme vaya creciendo, se sigue manteniendo esa autoridad. Ello ocasiona que en la mente del ser humano se desarrolle el carácter autoritario que consiste en el deseo de revancha y venganza contra aquellos que lo han sometido, buscando ponerse por encima de ellos, o también someterse a un poder fuerte para sentirse superior y poder humillar a quienes son considerados inferiores. Incluso añado al sujeto pasivo, pues éste se somete ciegamente a la autoridad anónima de la opinión pública y discrimina a quien se desmarque de esa opinión de las mayorías para no sentirse aislado.

Mostramos ese carácter autoritario en mayor o menor medida cuando tratamos de imponer alguna idea que defendemos, o cuando ejecutamos una orden ciegamente con el fin de “joder a quien un día nos hizo una putada”. La existencia de jerarquías ocasiona que la gran mayoría acabe interiorizando el carácter autoritario y muchos no se dan cuenta de su propio comportamiento, aunque otros lo justifican aludiendo a la falacia “el hombre es un lobo para el hombre” (Hobbes). Vemos en los fascistas y en los militares la máxima expresión del carácter autoritario, donde quien ocupa la cima impone a raja tabla su voluntad y se destina solamente a dirigir las vidas de sus súbditos, de quienes esperan una obediencia ciega y los amenaza con la muerte o un durísimo castigo si osaran rechistar. En las capas intermedias de esa jerarquía encontramos individuos que siguen rígidamente las reglas impuestas a la vez que somete a los que se encuentran en las capas inferiores. En la base es igual que en las capas intermedias, solo que éstos humillan a quienes no compartan su opinión. Pero no es solo en los fascismos donde se manifiesta este carácter autoritario. En todas las sociedades donde existan jerarquías se da este caso, que aflora muy tímida o sutilmente.
La soberbia, la prepotencia, la arrogancia, el mirar por encima del hombro, el subestimar a los demás, el acatar órdenes de superiores y obligar a que otros también los obedezca, el no saber escuchar… son algunos de los síntomas más relevantes para detectar el carácter autoritario que, desgraciadamente, todavía entre unos pocos anarquistas se conservan. Las consecuencias de haber recibido una educación autoritaria nos lleva al desprecio del vecino o a formar vínculos superficiales, aunque con honrosas excepciones, en que el individuo acaba tomando conciencia, sepa que las jerarquías son una lacra y que el carácter autoritario solo acaba perjudicando tanto a sí mismo como al resto.

En contraposición, el carácter anti-autoritario supone la defensa de la horizontalidad, de no ansiar la revancha para pisotear al vecino sino la eliminación de cualquier tipo de dominación y subordinación. Para fomentar este tipo de carácter es necesario la formación y el aprendizaje mutuos, donde el que enseña no ejerza ninguna autoridad sobre el que aprenda sino que le apoya en su proceso didáctico. Este carácter parte de la libertad como base para el desarrollo del individuo, de la oportunidad de poder realizarse sin tener ningún obstáculo de por medio que lo canalice hacia intereses de una minoría, de adquirir su responsabilidad en vez de delegarla y el no reprimir el «yo». Podríamos señalar algunas características como la solidaridad (que no caridad), la empatía, la humildad (no como sumisión sino como el reconocer a otros), el respeto a los iguales, la desobediencia, la autocrítica, saber escuchar…

 La existencia de relaciones autoritarias entre individuos ocasiona que la sociedad se corrompa. Ni los que ostentan el poder ni los que se someten duermen tranquilos: los primeros por miedo a perder su posición y los segundos, degradados, cada vez más sumidos en el libertinaje. Por ello, es importante y necesario trabajar la reflexión y tratar de corregir ese carácter autoritario con el que hemos crecido.

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