Artículo extraído de las sesiones del Seminario Icea "El devenir de la clase obrera".
Con
la entrada del cronómetro en el taller como forma de medición de los
tiempos pormenorizados de los obreros en los centros de trabajo, propio
de la Organización Científica del Trabajo, preconizados en la teoría por
Taylor y en la práctico por Henry Ford en la
indústria automovilística y que con el paso del tiempo se extenderá
hacia al resto de sectores laborales, se completará otra de las etapas
en las que en el capitalismo, vuelve a demostrar su dinamismo a la hora
de darle la vuelta a la resistencia obrera que significaba, la
agrupación de estos en los gremios y sindicatos, que imponían unas
tarifas y condiciones de trabajo determinadas; límite insoportable para
los empresarios.
Pero lo que se vislumbra de todos esos cambios que inaugurará la
producción en masa de productos estandarizados, es la parcelación y el
sometimiento del obrero a los ritmos de trabajo productivista, y mucho
más importante, la apropiación por parte del empresariado del saber
concretado en el oficio, reducido ahora ya a un conjunto de movimientos
parcelarios, donde el saber del oficio se difumina en una diversidad de
gestos fraccionados, consiguiendo definitivamente la instauración de un
nuevo trabajador descualificado, con bajos salarios, como efecto de la
dominación del capital sobre el trabajo.
Trabajador
descualificado, campesino, inmigrante, un nuevo sujeto, al que se le
aparta de su base rural, de donde extraía parte de su reproducción, y
que al mismo tiempo se constituía como forma de huída de la explotación
patronal en las tareas habituales del campo, para incluirlo en la
disciplina de la fábrica. Es en esa escena donde el Estado se
configurará como operador garantizador, mediante la creación de los
seguros sociales y las políticas laborales de concertación, así
también como consecuencia de la presión obrera, para fijar la mano de
obra necesaria que el capital necesita, una vez sorteada la dificultad
del oficio como obstáculo a la acumulación.
“Doblegar al obrero de oficio, «liberar» al proceso de trabajo del poder que éste ejerce sobre él para instalar en su lugar la ley y la norma patronales, tal será la contribución histórica del taylorismo.” (B.Coriat)
Este
periplo histórico tendrá su fin, a partir de finales de los sesenta,
principios de los setenta, con el surgimiento de un nuevo sujeto
antagónico, el obrero de la cadena de montaje (obrero-masa) que vuelve a
retomar la tradición obrera, haciendo blanco esta vez contra la
Organización Científica del Trabajo, en su forma moderna más
desarrollada, blandiendo la bandera de la crítica del
trabajo parcializado y repetitivo, materializada en huelgas, absentismo
laboral, rotación del personal o la falta de cuidado en la producción, y
que dejaban al descubierto toda una serie de fallas que el sistema
productivo capitalista había dejado al desnudo: la vulnerabilidad de los
aparatos de producción moderna donde unas decenas de
trabajadores en huelga fabricantes de una pieza esencial eran capaces de
paralizar no ya la fábrica sinó la totalidad de la compañía, la
masificación de las luchas obreras, el rechazo del trabajo en cadena,
etc, como prueba de ello.
Ante esta nueva amenaza
contra el corazón de la acumulación capitalista, el capital vuelve
a reestructurarse, haciendo gala del dinamismo señalado anteriormente,
desactivando por enésima vez, la resistencia obrera, para asestarle el
golpe final que nos lleva a nuestros días, conformando un nuevo sujeto: el trabajador precario identificado ya con la etapa postfordista.
A
grandes rasgos la nueva división internacional del trabajo portadora de
espacios de deslocalización de la producción, la subcontratación en el
interior de la empresa, la segmentación de los trabajadores en múltiples
categorías, y el formidable aumento del paro, como arma
de disciplinamiento, harán el trabajo sucio a las pretensiones de la
patronal.
En el ámbito laboral la explosión de multiples
formas de relación laboral; trabajo a media jornada, temporalidad
excesiva, cesión de trabajadores, outsourcing, falsos autónomos o
dependientes, la flexibilidad laboral, etc, se han constituído como una
red descentralizada de estrategias productivas, que han logrado
desarticular el conflicto entre el capital y el trabajo hasta situarlo
en punto muerto.
En este sentido el
actual sujeto laboral, es producto de la desestructuración de la clase
obrera. El tránsito del proletariado al precariado. No representa un
sujeto-político claramente definido, sinó una agregación de individuos
con intereses diferentes, bajo un régimen de explotación más acusado si
cabe que el del obrero-masa, a diferencia de que éste, que lleva el
sello del trabajo impreso en el cuerpo (apartando por un
momento la crítica al trabajo de la OCT), se identifica con el
trabajo técnico que desempeña, toma conciencia sobre su participación en
la producción social y su derecho a participar de los beneficios que
genera, fórmula ideológica que le llevará hasta la consecución de la
propiedad social de los medios de producción.
El
precario por el contrario se encuentra encerrado en una ruleta que gira
constantemente sobre sí mismo, necesita romper con la lógica de la
descentralización productiva para mejorar sus condiciones de vida, pero
es esa misma descentralización la que le impide constituirse como
sujeto social.
El resto lo acabará de moldear el
individualismo y el relativismo, como si se tratará de la
exaltación misma del liberalismo, esto es, una mirada hacia el interior
con el fin de recuperar el poder sobre su propia vida, condenada a la
explotación, pero marcada por el deseo irrefrenable del consumo y
un falso hedonismo en muchísimos casos. A simple vista el precario no
contiene el germen de una nueva sociedad transformadora, un mundo nuevo como dijera Durruti.
En
palabras de Gorz “el presente no recibe ningún sentido del futuro. Este
silencio de la Historia convierte a los individuos en ellos mismos.
Reintegrados a su subjetividad, es a ellos a quien corresponde tomar la
palabra, en su solo nombre. Ninguna sociedad futura habla por su boca,
ya que la sociedad que se descompone ante nuestros ojos no supone la
gestación de ninguna otra cosa”.
Es
precisamente esa subjetividad la que hay que recomponer, recuperando una
sociabilidad densa, buscando el camino para la conformación de un
sujeto antagónico, que nos permita hablar de la construcción del
“nosotros”, con una identidad, un lenguaje, y una cultura propia.
El
cooperativismo, las asambleas de parados, la huelga, la solidaridad, la
autogestión, la unión de los trabajadores, rejuntar las diferentes
experiencias de lucha de los trabajadores, desde la independencia de
clase, lejos de las formas de integración institucionalizada, pudieran
ser la plataforma de despegue, con las que recopilar las piezas rotas
del trabajo desde el anarcosindicalismo, aunque como siempre y en estos
casos nadie tiene la barita mágica.
Alex C. participa en el Seminario "El devenir de la clase obrera".