lunes, 17 de junio de 2019

De Yásnaia Poliana a Castro del Río. Apuntes de escuelas libertarias


RESUMEN:

Voy a dibujar en las siguientes páginas cuatro esbozos de algunas de las escuelas libertarias que se levantaron en Europa entre el último tercio del siglo XIX y el primero del siglo XX. Fue un tiempo en el que las ideas anarquistas contagiaron a importantes capas de las clases populares y en el que algunos burgueses y nobles atrevidos unieron sus fuerzas para cambiar el mundo desde la educación y la cultura. Desde los bosques de Rusia hasta el valle del Guadalquivir se puso en práctica un tipo de enseñanza alternativa que aspiraba a desarrollar personas autónomas, libres, que pensasen por ellas mismas, rebeldes e inconformistas y con valores morales fuertes, tales como la solidaridad, el naturismo, el antimilitarismo y el internacionalismo. Con estas páginas no quiero sólo recordar la historia olvidada de algunas escuelas anarquistas, sino pensar con ellas otras maneras de educar, reflexionar sobre el rumbo de nuestra escuela, especialmente la escuela pública. Algo de contradicción hay en ese objetivo, pues son cuatro escuelas vinculadas al anarquismo, en abierta oposición a cualquier injerencia del Estado sobre la educación.

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domingo, 26 de mayo de 2019

El nudismo y los primeros anarquistas españoles

Lo normal es que una noticia o un suceso llamativo te lleve a buscar lecturas sobre las materias con las que está relacionado, pero puede ocurrir al revés. Toda la polémica de los burkinis de este verano a mí me pilló acabándome La pérdida del pudor. El naturismo libertario español (1900-1936) (LaMalatesta Editorial) de Mª Carmen Cubero Izquierdo, historiadora que forma parte del grupo de estudios Historia de la Prisión y las Instituciones Punitivas.
El libro es un trabajo que estudia la importancia de la ideología anarquista en la aparición del naturismo en general y el nudismo en particular en la España de principios del siglo XX y su auge en los años veinte y treinta. Me resultó imposible no contrastar lo que se lee en estas páginas —detenciones, multas, persecución de nudistas y secuestro de sus libros— con las imágenes de la policía francesa en las que daba la impresión, así lo registró la prensa, de que a una mujer la estaban multando por ir a la playa demasiado vestida.
En la España de entonces la situación era bien distinta. Este libro recoge que la prensa hablaba de los nudistas en términos de «salvajes» y «primitivistas». El conspicuo Ortega y Gasset tachó esta actividad como una actitud «infantil», entre las risas de los presentes a una de sus conferencia. Gran parte de la prensa se echó encima de los que se desvestían. Y aunque ABC, por ejemplo, se llenó de artículos en contra, mofándose y criticando a partes iguales a la gente que hacía excursiones para quitarse la ropa, o se bañaba así en ríos o en el mar, también publicó algún texto muy valioso a favor de los nudistas, como un extenso artículo de Adolfo Marsillach y Costa en 1931 que venía a sostener todo lo contrario de lo que esgrimían los sectores más pudorosos y conservadores de la sociedad de entonces.
El periodista hizo una defensa que incluso a día de hoy no es frecuente leer o escuchar. Dijo que la «inquietud sexual» era la enfermedad del alma moderna y que no había otra forma de acabar con ella que no fuese el propio desnudismo. «El desnudo absoluto es casto», afirmó. Y puso ejemplos: «Hasta ahora no se ha registrado entre los desnudistas catalanes el más leve caso de impureza. No ha habido que lamentar la menor transgresión de los preceptos morales establecidos (…) no hay nada más inocente que sus juegos. Bailan la sardana y danzas rítmicas, juegan a la comba y a las cuatro esquinas».
La autora de este libro, Cubero, a continuación también cita otros artículos que se hicieron eco del de Marsillach y su punto de vista. Uno de ellos iba más allá: «El vestido es la causa, el origen de la inquietud sexual, hoy aguda enfermedad del alma. Con el vestido, el individuo toma para sí lo que no es suyo, imagina, fantasea, dibuja, siempre fuera de la realidad».
Pero estaba muy lejos de la intención de los poderes fácticos combatir la neurosis sexual que tanto y tan hipócritamente les molestaba si no era con tácticas medievales. Hasta el papa se pronunció sobre la oleada de nudismo que apareció en la España de los años treinta: «La vida pagana de hoy ataca a todos los actos habituales de nuestra actividad: los placeres, los divertimentos e impudicia superan, en mucho, a los de la antigüedad pagana: pues se rinde culto al desnudismo». Advertencias que no cayeron en saco roto; la autora, para ilustrar las reacciones, recoge un caso en el que unas alumnas de Barcelona denunciaron a su profesor de gimnasia, que era naturista, por proponerlas hacer gimnasia nada menos que en mallas.
Estos movimientos que habían puesto en estado de histeria a los sectores conservadores de la sociedad venían originalmente de Alemania, cuenta la obra. Durante el siglo XIX, con la revolución industrial, fueron surgiendo tendencias higienistas que pretendían «regenerar» a la especie humana, la cual entendían que estaba amenazada por el avance de la industrialización.
La vida moderna era «artificial». No solo por la industria, también por el auge de las tabernas y vicios como el café, el alcohol y el tabaco. Ellos proponían dietas vegetarianas, baños de sol al aire libre y alejarse de las ciudades, madres de la degeneración, y sus antros oscuros llenos de humo.
Aunque hubo socialistas alemanes que pusieron en práctica estas ideas, los higienistas fueron derivando hacia las ideas extremistas. Huir de la ciudad pasó a ser un ejercicio de admiración del campo, el bosque y las montañas ¡la patria! Y detrás llegó el culto a los cuerpos perfectos, esculturales, de proporciones basadas en el ideal grecolatino… Los hijos de la sagrada nación. Estos naturistas se fueron politizando, llegaron al extremo de exaltar la sangre alemana y cayeron en el nacionalismo, primero, y en la paradoja, después, ya que sus prácticas fueron terminantemente prohibidas por los nacionalsocialistas en cuanto tomaron el poder en 1933. No obstante, habían convertido el naturismo en una expresión ultraderechista.
En España, sin embargo, esto no fue así. Los viejos ideales decimonónicos naturistas fueron recogidos por la izquierda y muy en particular por el discurso cultural del anarquismo, explica la historiadora. Aquellos españoles no se desnudaban por la patria, sino por la emancipación. La desnudez simbolizaba la liberación del cuerpo y el rechazo a «un sistema de valores obsoleto e hipócrita». Se despreciaba la vida urbana de hacinamiento e insalubridad. En un artículo citado de Federica Montseny, la cenetista se quejaba de las condiciones de vida urbanas: «Vamos huyendo del sol para hundirnos en la electricidad».
La fecha de llegada «oficial» del naturismo a España fue la fundación en Madrid de la Sociedad Vegetariana Española en 1903 y en 1915 apareció en Valencia la revista Helios, que comenzó a difundir todas estas ideas. Hubo episodios aislados desde entonces relacionados con estas nuevas teorías, pero no fue hasta los años veinte que estalló el fenómeno por una razón muy sencilla: simplemente, se pusieron de moda.
in embargo, una de sus actividades, el excursionismo, sirvió a los grupos políticos para confraternizar y, también, durante el régimen de Primo de Rivera, para preparar acciones de protesta y ocultarse. Con todo, la CNT y las Juventudes Libertarias fueron las que más impulsaron el fenómeno.
No sin debates y polémica. Tal y como relata la autora, para sectores anarquistas antes que preocuparse por este tipo de actividades alternativas o contraculturale, había que realizar la revolución social y económica. Para otros, esa revolución no llegaría sin la liberación naturista. Hubo quejas del cariz que tomaban los acontecimientos cuando el naturismo, a juicio de algunos anarquistas, no era más que un pretexto para que un hombre estableciera e impusiera nuevas leyes creadas por él, por muy alternativas que fueran. Y cualquier deriva mística, las doctrinas espiritistas, o culto a la madre naturaleza también sufrieron enmiendas a la totalidad. No podía haber ningún tipo de deísmo, aunque estuviese dedicado al entorno, «un hombre que creía en un dios, fuera este el que fuese, no podía ser libre», explica Cubero. Y, por supuesto, también se cargaron las tintas contra todos los pseudodoctores que fueron proliferando que se servían de estas teorías para vender productos dietéticos o vegetarianos. Para mercantilizar el naturismo al fin y al cabo.
Las citas de los intercambios dialécticos en la prensa anarquista son de traca. Se quejó el articulista Julio Enrique de que sus compañeros se burlaban de sus ideas, y escribió: «Nosotros, los naturistas anarquistas, no queremos hacer la revolución con repollos y otras hortalizas como algunos camaradas nos echan en cara (…) la revolución no se hará comiendo alcachofas, pero tampoco bebiendo alcohol».
Con la llegada de la II República creció el fenómeno aún más y su eco en al prensa. Especialmente en el periodo radical cedista las autoridades se cebaron contra el nudismo. Hubo secuestros de publicaciones, encarcelamientos y multas. Una represión que no solo la ejercía el Gobierno y las autoridades, sino también grupos de fascistas. Pero en esta época el debate ya no solo se trataba de la liberación simbólica del cuerpo. También entraban en liza la liberación sexual y el amor libre. Explica la autora:
Los defensores de la liberación sexual y el amor libre denunciaban esa hipocresía manifiesta que existía dentro de una sociedad fuertemente arraigada a las costumbres católicas que reprimían el cuerpo y todos sus impulsos, así como también se criticaba insistentemente la doble moral y los prejuicios que aún permanecían cegando a los seres humanos, impidiéndoles emanciparse y rodeando el cuerpo y el sexo de un halo de obsesión casi neurótica.
Hubo anarquistas franceses, como Jean Grave, que vieron en estas teorías un espíritu «burgués, impropio y sucio». En Francia la oleada naturista tampoco se instaló en la sociedad sin conflicto. Cubero cita casos de nudistas tratados a latigazos en plena playa. Pero en general, para los anarquistas españoles fue un ejercicio de afirmación, de liberación, puesto que la ropa para ellos no era más que otro «marcador clasista». Entendían desnudarse como una muestra de sinceridad y forma de relacionarse con la naturaleza más estrecha y auténtica. Nunca vieron que el cuerpo desnudo pudiese ser una fuente de deseo sexual o lujuria, puesto que entendían que el contenido sexual del cuerpo venía dado por una tradición cultural con la que precisamente querían romper.
El drama, para Mª Carmen Cubero Izquierdo, es que si entras en conflicto con las bases de tu propia cultura te arriesgas más que si te limitas a incumplir alguna ley de tu sociedad. Los principios morales y culturales aportan seguridad a la gente y cuestionándolos la sumerges en la incertidumbre y el miedo. Pero concluye: «Las ideas que deja la contracultura dejan un poso de los que se apropian las generaciones venideras».
Así ha sido y así fue incluso en su momento. Si bien todos los españoles no se sumaron en tropel a la nueva moda, sí lo hicieron al «semidesnudismo». Las playas de aquellos años empezaron a llenarse de maillots. La prensa dio cuenta de cómo se multiplicaron de un año a otro y admitieron que ya nada podía hacerse para dar marcha atrás. Un texto en el suplemento del ABCBlanco y Negro, en su sección «La mujer y la casa» apartado «Las charlas del salón de te», ya era un grito de impotencia desesperado. El autor llegaba a preguntarse qué sería de costureras, modistos y fabricantes de tejidos si la fiebre por llevar menos ropa en la playa o en la montaña seguía creciendo. El remate del texto no tenía precio, decía: «¿Se ríe usted?».
Lo que ocurrió después de 1939 ya lo tratamos aquí en su día en la serie «El sexo en el franquismo» y la nueva relación que se estableció con el cuerpo humano bien la pueden resumir estas palabras de Francisco Umbral: «Nos enseñaron a odiar el propio cuerpo, a temerlo, a ver en su desnudez rojeces de Satanás, repeluznos de Luzbel, frondosidades infernales. Odiábamos nuestro cuerpo, le temíamos, era el enemigo, pero vivíamos con él, dentro de él, y sentíamos que eso no podía ser así, que la batalla del día y de la noche contra nuestra propia carne era una batalla en sueños, porque ¿de dónde tomar fuerzas contra la carne si no de la propia carne? Había un enemigo que vencer, el demonio, pero el demonio era uno mismo».
Álvaro Corazón

martes, 9 de abril de 2019

Charla - Feminismo de clase: ayer y hoy


Como un acto paralelo a la exposición sobre Mujeres Libres que se podrá ver desde el 9 de abril hasta el 25 de abril en el Museo de Jaén, el día 11 de abril, en el local de CNT-Jaén, tendrá lugar la charla Feminismo de clase: ayer y hoy. Una buena oportunidad de charlar sobre las raíces obreras del movimiento feminista en el Estado español y de debatir sobre las distintas luchas activadas por el feminismo que se están dando a día de hoy por todo el mundo.

¡No te lo pierdas!


martes, 5 de febrero de 2019

Antimilitarismo, una cuestión feminista. El falso mito de la paridad en uniforme


En 2019 el militarismo parece no ser un problema muy sugerente para quien se ocupa de paridad de género y reivindicaciones identitarias, pero creo que por el contrario debe serlo para quien lucha desde una perspectiva feminista o transfeminista. Los ejércitos de los estados occidentales son un ejemplo de democracia, al menos de fachada, para quien se interesa por el respeto de los derechos civiles. 

Como dice Ursula von der Leyen, ministra de Defensa alemana, deben ser ejemplos de “tolerancia ante los grupos marginales” y abrirse a “las minorías”. 

Se cuenta que la cúpula de las fuerzas armadas estadounidenses se alinea contra el actual presidente que quiere, sin decirlo, reformar el modelo de ejército anterior a la administración Obama. 

En Alemania, en el Reino Unido y en los Estados Unidos, el cambio de sexo se acepta incluso entre los militares: aunque obviamente no se tienen todavía las mismas oportunidades de los varones blancos, no hay demasiados obstáculos para la promoción, ni para las mujeres ni para las personas transgénero; estás últimas han sido aceptadas solo recientemente, pero su recorrido laboral es bastante similar a cuanto sucede en otros sectores del mundo del trabajo. 

Las fuerzas armadas de los Estados nacionales del mundo occidental han ampliado sus filas siguiendo el desarrollo de la mentalidad, en la dirección de la tolerancia hacia el diferente, porque es patriota, porque se puede certificar como nacionalizado. 

Han sido “superados” –al menos a nivel formal– varios prejuicios presentes en el curso de las guerras: por ejemplo, los primeros regimientos de soldados de color existen ya en la Guerra Civil americana. Durante la Segunda Guerra Mundial, algunas naciones (Reino Unido, Estados Unidos, Unión Soviética) emplearon a mujeres en varios puestos, si bien eran auxiliares. Con Clinton, el prejuicio “superado” fue el de la homosexualidad, aunque sin pasarse (el célebre “don’t ask, don’t tell”) y ahora le llega el turno al mundo LGTB en su conjunto. 

Hay quien sostiene que el ingreso de la mujer en las fuerzas armadas ha contribuido a abatir los estereotipos que están en la base del patriarcado. La inferioridad de la mujer como ser humano incapaz física y moralmente de defenderse y de valerse por sí misma viene superada, dicen, a través de su enrolamiento, que las convierte en soldados eficaces y motivados, debiendo demostrar que pueden resistir tanto o más que los hombres: ¡quién no recuerda a la soldado Jane! 

Quien piensa así desde una perspectiva feminista comete, en mi opinión, una enorme equivocación ante la propia lucha feminista: la equivocación de no ser capaz de pensar en una sociedad basada en mecanismos diferentes respecto a los de la explotación y el dominio del más débil. Si en el imaginario propagandístico es cierto que los militares serían los garantes de la “sagrada democracia”, en la realidad los ejércitos sirven para proteger o conquistar los intereses de unos pocos, intereses políticos y sobre todo económicos, de quienes tienen como único objetivo la explotación de los recursos del planeta, ya se trate de personas o de elementos de la naturaleza. Las fuerzas armadas de los estados nacionales deben poder ser dirigidas y utilizadas para la ocasión por los jefes de gobierno de las diferentes naciones, y esto significa que lo que importa sobre cualquier otra cosa es la obediencia a las órdenes y, por tanto, la estructuración jerárquica, la capacidad de matar a otros seres humanos, la capacidad de establecer una jerarquía que permita estar por encima, dominar. 

Las fuerzas armadas son un instrumento, un servicio: son la espada. Si pienso que mi acción –en el campo de batalla, en una frontera o tras los controles de un arma a distancia, poco importa– tendrá consecuencias reales, dejará morir a personas que emigran en busca de un lugar mejor o destrozará a individuos hechos de carne y hueso como yo, no puedo rendirme a la construcción de un “otro yo” inferior, abyecto, un ser humano con el que no puedo en modo alguno identificarme. Una pena, mi incapacidad de ser eficaz a gran escala. 

Históricamente, las mujeres han sido siempre consideradas terreno a conquistar –como se decía en un tiempo– como las casas, las vacas y los tesoros presentes en territorio enemigo. Las mujeres tenían una cosa por añadidura que se podía tomar en el curso de la guerra: su capacidad reproductiva. Podían, incluso debían, ser violadas. El estupro ha sido y es todavía un arma de guerra, es el medio a través del cual el soldado completa su deber de conquistador, contaminando físicamente, pero sobre todo simbólicamente, la progenie futura de los territorios conquistados, de los territorios en que los varones enemigos se verán obligados a asumir hijos que no son suyos o a repudiar a las mujeres arruinadas para siempre. 

Según esta perspectiva, las mujeres deberán recordar qué significa haber estado en esa condición y serlo todavía en muchas partes del mundo. Las feministas que hablan de deconstrucción desde dentro de la perspectiva patriarcal de las fuerzas armadas a través de la participación en el funcionamiento y en la constitución del ejército no deberían olvidarse nunca de cómo podían fácilmente ser colocadas de nuevo en “su” puesto, no deberían olvidarse nunca de quien precisamente partiendo de una perspectiva feminista buscaba y busca construir un mundo basado en otros sistemas, sistemas que no contemplan el supremacismo sino la horizontalidad, sistemas que no contemplan la definición de una identidad en función de la nacionalidad, sistemas que todavía hay que pensar y definir pero que parten del reconocimiento y no de la distinción o de la destrucción. Por estas razones creo que la lucha contra el militarismo debe ser fundamental desde una perspectiva feminista. Lo es como lo es nuestra capacidad de elaborar relaciones políticas y sociales verdaderamente inclusivas y transparentes según una perspectiva que no es pacífica ni mucho menos pacifista, sino que es antijerárquica, antidogmática, sin fronteras, antirracista, anarquista. 

Argenide 

Publicado en Tierra y Libertad, número 365-366 (diciembre 2018 - enero 2019)

lunes, 14 de enero de 2019

Maruja Lara, miliciana de la Columna Maroto

El 11 de septiembre de 1913 nace en Granada la militante anarcosindicalista Angustias Lara Sanchez, más conocida como Maruja Lara. Con tres años emigró con su familia a Brasil y luego a Argentina, donde su padre militó en la Federación Obrera Regional Argentina (FORA). En enero de 1932 retornó a Granada, donde se afilió a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), militando también en las Juventudes Libertarias. En esta ciudad conoció militantes destacados, como José Zarco Martín y Francisco Maroto del Ojo. Después del golpe militar fascista, en septiembre de 1936 pudo huir de Granada por Tocón, Baza y Guadix, y luchó nominalmente un tiempo como miliciana en la Columna Maroto. A mediados de 1937 se instaló en Valencia e ingresó en el Sindicato de Enfermeras, trabajando en el Hospital Número 1.

En Valencia hizo de tesorera de Mujeres Libres y conoció a numerosas militantes de esta organización como Amelia Torres, Lucía Sánchez Saornil, Suceso Portales, Carmen Pons, Natacha Cabezas, Paquita Domínguez , América Barroso, Pura Pérez, etc. Entabló una fuerte relación de amistad con Isabel Mesa Delgado (Carmen Delgado Palomares). Intervino en el homenaje a la 25 División. Finalizada la guerra, en marzo de 1939, Lara y Mesa subieron a un camión para ser llevadas a Almería y de allí embarcarse a Argelia, pero terminaron en el puerto de Alicante y de allí fueron a parar al campo de concentración franquista de Albatera. Finalmente Maruja Lara pudo huir hacia Almería y Granada.

Posteriormente trabajó un tiempo en una fábrica de caramelos granadina y a finales de 1939 retornó a Valencia. Con su gran amiga Isabel Mesa montaron un quiosco en la capital valenciana, en cuya custodiaban tenían prensa anarquista. En 1942 las dos amigas, junto con otras compañeras libertarias, crearon el colectivo Unión de Mujeres Demócratas (UMD), organización clandestina para ayudar a las personas presas y solidarizarse con sus familias, realizando al mismo tiempo actividades en contra de la dictadura franquista. En 1955 fue detenida por sus actividades. Salvo unos meses en Palma de Mallorca (1940) y en Francia (1960), donde escapó huyendo de la represión, siempre vivió en Valencia. Tras la muerte de Franco, participó activamente en la reconstrucción de la CNT y apoyó la creación de la emisora ​​libre Radio Klara. En 1997 colaboró ​​en la revista anarquista El Chico. Maruja Lara murió el 29 de febrero de 2012 en Valencia.

Fuente:
http://puertoreal.cnt.es/bilbiografias-anarquistas/3929-maruja-lara-miliciana-de-la-columna-maroto.html

miércoles, 2 de enero de 2019

Pan, trabajo y libertad. El movimiento sindical en Torreperogil (1903-1939)


Hoy actualizamos el blog del Ateneo Libertario de la CNT de Jaén con en pequeño trabajo sobre la historia del movimiento obrero de Torreperogil (desde 1903 a 1939), un pueblo con una gran influencia del movimiento libertario. El artículo lleva por título Pan, trabajo y libertad. El movimiento sindical en Torreperogil (1903-1939) y lo firma Jonathan Hernández Herrero. En el texto hay numerosas alusiones a la organización, evolución y luchas del anarcosindicalismo local.

El artículo podéis leerlo en nuestro perfil de Issuu y podéis descargarlo directamente en formato pdf pinchando AQUÍ.