Salvador
Allende y Augusto Pinochet son las personalidades políticas chilenas más
conocidas a nivel mundial. El inédito advenimiento del socialismo por la vía democrática
en los tres años de la Unidad Popular (1970-1973) y la imposición forzosa del
neoliberalismo, así como la sistemática violación a los Derechos Humanos en la
Dictadura Militar (1973-1989), son a su vez, los procesos y hechos históricos más
comentados cuando se habla de ese país. Por estos días se conmemoran 40 años
del golpe de Estado que inició uno de los capítulos más tristes en la historia
de quienes habitan la región chilena. Proceso cuyos alcances sociales,
culturales y económicos se proyectan hasta la actualidad. Y es que después de
todo se trata de un pasado demasiado presente.
Y en
esta historia ¿dónde estaban los anarquistas? ¿Cómo leyeron esa realidad y cómo
intentaron transformarla? A continuación haremos un esbozo de la actuación de
los libertarios en los
tiempos de la Dictadura Militar, crudas décadas que paradójicamente testimoniaron el
resurgir del pensamiento y la acción libertaria en ese país.
El 11
de septiembre de 1973 comenzó en Chile un Gobierno Militar que se prolongó
hasta 1989. Toda la izquierda quedó proscrita y sus militantes fueron
sistemáticamente perseguidos, expulsados del país, encarcelados, torturados y
vejados, y aún miles fueron asesinados y desaparecidos. El Estado fue
reformulado, restringiéndose radicalmente la libertad de asociación y opinión,
al tiempo en que su estructura se adaptó a la implementación forzada del
neoliberalismo a ultranza.
Dada
la dispersión y el hecho de que no constituían entonces una amenaza real para
el nuevo orden, la
represión no cayó directamente sobre los libertarios, como sí lo hizo frente a
la izquierda marxista leninista. Las pocas organizaciones anarquistas que
actuaron en los días del gobierno socialista, como el Movimiento Sindical
Libertario y la Federación Libertaria de Chile, desaparecieron y algo más de
una veintena de sus activistas se exiliaron en Argentina, Italia, Suiza,
Holanda y Francia, principalmente. Antes de eso, sin embargo, algunos de ellos
pasaron por los centros de tortura implementados por la Dictadura.
Tras el Golpe,
pequeños grupos e individualidades aisladas intentaron aportar a la
resistencia, tanto en el interior de la región chilena como en el extranjero.
Dentro del país los pocos libertarios que quedaban se re-articularon
veladamente participando en organizaciones relacionadas con los derechos
humanos, el sindicalismo, el feminismo, el naturismo y el cooperativismo. La solidaridad hacia los presos
de la Dictadura fue una de las principales banderas agitadas por los
antiautoritarios. Muestra de ello es la que expondremos a continuación.
La Norsk
Syndikalistisk Forbund (NSF), una central de trabajadores libertarios de
Noruega adherida a la Asociación Internacional de Trabajadores (organización
mundial anarco-sindicalista), colaboró con el Comité de Defensa de los Derechos
Humanos y Sindicales en la tarea de sacar del país a presos de la Vanguardia
Organizada del Pueblo para enviarlos a Noruega. La VOP, recordemos, había sido
perseguida por la Unidad Popular y se encontraba aislada por toda la izquierda
partidista, tras el asesinato que perpetraron en 1971 contra el ex ministro
Edmundo Pérez Zujovic, a quien se responsabilizaba por la muerte en 1969 de
varios pobladores en Puerto Montt. Más de siete presos de esa organización
fueron sacados del país y liberados de su inminente peligro de muerte por los
esfuerzos conjuntos de los defensores de derechos humanos en Chile y los
libertarios europeos. Una breve y simbólica muestra de esa novedosa unión es
una carta, fechada en 1978, de dos presos políticos en Santiago a la NSF:
«Siendo ésta, la libertad del hombre, una de las
preocupaciones fundamentales de los anarquistas, deben estar presentes en su
construcción, junto a combatientes de otras ideologías, como los marxistas,
cristianos revolucionarios, etc., de tal manera que la Revolución no sea
propiedad de un grupo reducido de personas, sino de verdad de todo el Pueblo».
Paralelo a todo
lo anterior hubo intentos de reagrupación de organizaciones específicamente
libertarias. En 1985, por ejemplo, se fundó en Santiago el Centro de Estudios
Sociales Hombre y Sociedad, una organización (bajo la fachada de un club deportivo)
compuesta principalmente por antiguos anarco-sindicalistas. Además de esta
instancia hubo otros pequeños y fugaces grupos que apostaron por la lucha
armada y el sabotaje.
Junto con la
actividad en el interior del país cabe señalar aquella realizada por los
anarquistas criollos dispersos en el exilio y los grupos extranjeros que colaboraron,
fugaz o permanentemente. Entre estos últimos está la Federación Obrera Regional
Argentina, la Confederación Nacional del Trabajo en España, la Fédération
Anarchiste de Francia, la Freie Arbeiter-Union alemana, el grupo Workers
Emancipation de Estados Unidos, la Norsk Syndikalistisk Forbund noruega, la
Sveriges Arbetares Centralorganisation sueca, y la Asociación Internacional de
Trabajadores. Todas ellas apoyaron de diversas formas a los anarquistas y
sindicalistas de Chile, ya sea generando periódicamente diversas actividades
solidarias para reunir dinero o bien difundiendo la situación de este
particular país sudamericano.
Varios de los
libertarios criollos que marcharon al exilio, unidos a otros refugiados
anarquistas que entonces estaban en Europa, crearon la Coordinadora Libertaria
Latinoamericana en 1978. Con ella se denunció sistemáticamente la represión que
se realizaba en Chile y otros países del continente ocupados por dictaduras
militares. Ellos, además, organizaron el Primer Encuentro de Libertarios
Latinoamericanos en el Exilio que se desarrolló en Paris el 31 de enero de
1981, al que asistió medio centenar de anarquistas en esa condición.
Ciertamente
los anarquistas constituyeron un grupo muy minoritario dentro de la resistencia
anti-dictatorial, tanto en el país como en Europa. Sin embargo algunas acciones
de solidaridad lograron cierto alcance e impacto más allá de sus reducidos
grupos. Tal fue el caso del apoyo a los presos de la VOP o las campañas de
denuncia del régimen que se realizaron en Europa, por ejemplo. Algo estaba
pasando en el interior del movimiento libertario. Y es que a partir de los
esfuerzos de solidaridad y reorganización que se realizaron en estos años, los
anarquistas chilenos comenzaron su era de rearticulación.
La caída del muro de Berlín y el desprestigio
del llamado “socialismo real”, el retorno de libertarios exiliados, una nueva
ola de interés de la juventud respecto al pensamiento ácrata, la irrupción de
la música punk, y otros innumerables procesos colaboraron también en ese
resurgir. Pero esa ya es otra historia. Aquí acaba este breve repaso. Sin duda
múltiples microhistorias han quedado fuera, ya sea por la brevedad del espacio
con el que contamos, o bien porque no dejaron huellas. Y es que después de
todo, las imágenes del pasado que recreamos serán siempre aproximaciones.
Anarquismo social o anarquismo personal. Un abismo insuperable
Murray Bookchin
104 páginas
Virus, Barcelona, 2012
En este libro fundamental, Murray
Bookchin desarrolla una contundente y sólida crítica a las corrientes
anarquistas individualistas de las últimas décadas, y que muestran a
este autor como uno de los más fértiles pensadores ácratas del siglo
pasado (recordemos sus aportaciones al municipalismo libertario o su
impresionante La ecología de la libertad). Escrito en 1995, justo cuando
dichas corrientes empezaban a difundirse en el Estado Español,
especialmente entre sectores de grupos de jóvenes libertarios, está
precedido por una concisa pero excelente contextualización de Juantxo
Estebaranz.
Partiendo de que «sus preocupaciones por
el ego y su singularidad y sus conceptos polimórficos de resistencia
están erosionando lentamente el carácter socialista de la tradición
libertaria», el autor se detiene en varios autores y tendencias: el
insurreccionalismo, el primitivismo o teorías antirracionalistas,
neomísticas y de crítica a la tecnología y a la civilización industrial.
Estas avanzan, en su mayoría, de las aportaciones de un individualismo
criticado en su día por Bakunin o Kropotkin. De hecho, indica que, ya
entonces, fueron interpretadas como «un lujo exótico de la pequeña
burguesía, [...] un capricho de la clase media, mucho más anclado en el
liberalismo que en el anarquismo». A su vez, Bookchin señala que dichas
corrientes se basan en un «estilo de vida» (Social Anarchism or
Lifestyle Anarchism es el título original) que se desentiende de la
revolución social en pos de una autorrealización hedonista, y que cae en
amplias y profundas contradicciones con los presupuestos que pretende
defender.
Con un tono punzante y polémico, pero
que no esconde una profunda reflexión teórica, poniendo sobre la
palestra las fuentes directas, Bookchin revela sus motivaciones
narcisistas («socialmente inocuas», subraya) y cuestiona la prevalencia
del egoísmo, la fundamentación en el mito del individuo plenamente
autónomo, su esteticismo y, en el fondo, la falta de compromiso real.
Crítica, por tanto, una actitud elitista, arrogante, atravesada por el
nihilismo posmoderno, que elude la responsabilidad y que cae en la
frivolidad y que no busca más que la complacencia inmediata de los
impulsos. Así, consiste en una encendida denuncia de teorías y prácticas
políticas que encubren planteamientos pequeñoburgueses bajo un discurso
contestatario y antiautoritario.
En cualquier caso, es importante
destacar que, lejos del dogmatismo, Bookchin no postula una denominación
única de anarquismo, pues no excluye estas tendencias dentro de él,
sino que apuesta por añadir adjetivos para fijar las corrientes, a pesar
de mantener (a mi juicio) posturas incompatibles. Por eso, formula la
concreción práctica (no podemos olvidar sus fundamentales aportaciones
acerca del municipalismo libertario o las tesis de La ecología de la
libertad) de su postura en cuatro principios: confederalismo municipal,
oposición al Estado, democracia directa y comunismo libertario. De esta
forma, Bookchin apuesta por una anarquismo social que incide en el
compromiso para/con la comunidad, en la construcción de organizaciones
revolucionarias; que busca, en definitiva, una sociedad libre y justa
para todas/os y no sólo para unas/os pocas/os que puedan permitírsela.
En suma, esta obra resulta una
reafirmación de «la necesidad de un enfrentamiento organizado,
colectivista y programático al orden social existente»; del anarquismo
social como firme proyecto de emancipación de clase.
Alberto García-Teresa
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