martes, 10 de julio de 2012

Organización e insurreccionalismo


¿Es  la organización formal el método más idóneo para el desarrollo de la acción anarquista o supone un lastre para el espontaneísmo y  se convierte en un aparato burocrático contrarrevolucionario? En la actualidad, quizás por la propia situación marginal en la que se encuentra el anarquismo este debate que parecía superado se reabre.

Los grupos que se posicionan en contra de la organización formal ocupan un amplio y difuso abanico ideológico. De forma general comparten el rechazo a las tácticas tradicionales del movimiento libertario español, cuyo eje angular siempre fue el anarcosindicalismo, al que habitualmente consideran como vanguardista. Un ejemplo de esta propuesta fue la Coordinadora de colectivos Lucha Autónoma, en cuyo texto ¿Qué es la autonomía?(1) explicaban que la autonomía busca dotarse de formas organizativas (la autonomía no implica necesariamente espontaneismo), pero unas formas de organización que no aspiran a sustituir a los protagonistas de las luchas, no busca erigirse en vanguardia (o no debería hacerlo)”. Esta disputa entre insurreccionalismo y organización formal es uno de los eternos debates en el movimiento libertario cuyo resultado va fluctuando en las diferentes fases de la lucha de clases.

Fluctuaciones y tácticas adecuadas para cada fase.

La lucha de clases no es un proceso monolítico e invariable. Atraviesa distintas fases a lo largo de la historia. Unas se caracterizan por un estado de mayor confrontación entre clases, a las que llamaremos fases insurreccionales, y otras por una disminución de la lucha social provocada por una pérdida de conciencia de clase, a las que llamaremos fases de retroceso.

La historia del movimiento obrero español nos muestra épocas de gran actividad insurreccional. Paradigma de ello fueron los años 30 del siglo XX en Cataluña. En esta fase insurreccional, el movimiento obrero estaba muy organizado en una poderosa central sindical, la CNT, complementada por una serie de organizaciones específicas libertarias, que le dotaban de una gran fuerza. Por tanto, las conquistas a las que se podía aspirar eran superiores, llegando incluso a la realización de la Revolución Social, tal y como muestra la clara vocación de construir una nueva sociedad plasmada en los acuerdos del IV Congreso de la CNT de 1936, en los que se hace alusión directa al Comunismo Libertario y a las estructuras organizativas postrevolucionarias. Todo este movimiento dio como resultado la revolución iniciada con el golpe militar en julio de 1936.

En un contexto como el que se inició el 19 de julio del 36, el movimiento libertario puede y debe tomar una línea insurreccional que haga efectiva la implantación de una sociedad sin clases y sin Estado. Debido a este proceso de cambio radical de sistema y organización social, es natural que se empleen tácticas informales ya que permiten tener una mayor flexibilidad en la lucha y dar una respuesta rápida a los ataques de la reacción y la contrarrevolución. Las iniciativas de control obrero surgieron de forma espontánea respondiendo a la necesidad de gestionar una industria que había quedado descabezada con la huida de la burguesía, así como el pueblo se echó a las calles de Barcelona para rechazar el intento de golpe militar sin necesidad de que nadie se lo ordenara. No obstante, esta informalidad en la organización no debe perdurar en el tiempo. Según vayan sucediéndose los acontecimientos y se consiga instaurar la sociedad sin clases y sin Estado, la organización del conjunto de la sociedad deberá tornar hacia una organización formal para evitar que los problemas derivados de las tácticas informales, que trataremos más adelante, se trasladen a la nueva sociedad. Como ejemplo de organización formal post-revolucionaria nos queda el recuerdo de la experiencia colectivizadora aragonesa organizada en el Consejo Regional de Defensa de Aragón.

No es difícil darse cuenta de que la situación actual de la lucha de clases es bien diferente en nuestra actual sociedad.  El movimiento obrero tiene muy poca fuerza y la burguesía hace y deshace lo que le viene en gana sin ninguna oposición. La clase trabajadora, carente en su amplia mayoría de conciencia de clase, se encuentra desorganizada y en manos de los sindicatos burocráticos (CCOO y UGT), inoperantes y financiados por el Estado, como única herramienta de defensa contra las agresiones de la  burguesía. Las organizaciones y tácticas libertarias han perdido presencia en el movimiento obrero, hasta convertirse en algo meramente testimonial. La lucha de clases se reduce a meras concesiones reformistas haciendo de ella una caricatura de lo que fue.

Debido precisamente a la escasa fuerza del movimiento, es preciso que éste tome cuerpo en la organización formal a fin de no verse reducido a la marginalidad, e ir tomando presencia en el conjunto de la sociedad, propagando la idea revolucionaria y acumulando las experiencias que se vayan dando en la lucha. La fase de retroceso no posibilita otra táctica.

En esta fase de la lucha de clases, el movimiento revolucionario debe tener como prioridad la acumulación de efectivos y la difusión de sus propuestas, generalmente desconocidas por el conjunto de la clase trabajadora. En este contexto, la táctica reformista se vuelve inevitable, lo que crea el peligro a que se confundan las tácticas y los fines provocando derivas reformistas y fracturas en el movimiento obrero, tal y como ocurrió con la CNT en los años 80. Ejemplo de táctica reformista en este proceso es la del anarcosindicalismo, con objetivos a corto plazo innegablemente reformistas pero con fines y objetivos revolucionarios en el horizonte.

Defectos de la táctica insurreccional en la fase de retroceso.

Una de las críticas más habituales por parte de los insurreccionalistas a las organizaciones formales es el hecho de que éstas supuestamente tienden a desarrollar una jerarquía formal o informal y a quitar el poder a las bases. Lo cierto es que este argumento, tal y como replica Joe Black en su artículo Anarquismo, insurrecciones e insurreccionalismo(2), es “una buena crítica del leninismo o de las formas social-demócratas de organización, pero no describe, en realidad, las formas anarquistas de organización existentes, en particular, la organización anarco-comunista. Los anarco-comunistas, por ejemplo, no pretenden sintetizar todas las luchas en una organización única. Mas bien, creemos que la organización específicamente anarquista debe involucrarse en las luchas de la clase obrera, y estas luchas deben ser dirigidas por la misma clase no dirigidas por una organización cualquiera, sea  anarquista o no.”

La experiencia precisamente nos demuestra que estas jerarquías surgen fuera de las organizaciones formales por falta de mecanismos organizativos que las eviten. La organización formal, con una serie de mecanismos prefijados para evitar la aparición de grupos informales de poder en su seno, es de hecho, una garantía de que esto no ocurra. Por poner un ejemplo cercano, en la CNT, cuando un comité de un sindicato adquiere un carácter jerárquico y ejecutivista, existen los mecanismos necesarios para que la asamblea destituya a este comité y elija a otro. Además, cada cargo sólo puede ser ocupado por una misma persona durante dos años, prorrogable a tres si así lo considera la asamblea de dicho sindicato. También, una persona con un cargo en el comité puede ser destituida en cualquier momento si no cumple con la responsabilidad que requiere dicho cargo o por cualquier otra razón que considera la asamblea oportuna. Esta serie de mecanismos, reflejados en los acuerdos de la organización, no existen en una asamblea espontánea, por lo que ésta tendrá más complicado enfrentarse a la aparición de una élite que la dirija, aunque ésta esté formada precisamente por anarquistas.

Un segundo defecto es el aislamiento que provoca la táctica insurreccional en la fase de retroceso. Como ya hemos dicho, esta fase se caracteriza precisamente por un movimiento libertario débil, por tanto, su prioridad debe ser la propaganda que dé a conocer la idea anarquista al resto de la sociedad para poder crecer numéricamente a la vez que los militantes se van formando en el transcurso de este proceso. Por consiguiente, una táctica insurreccional dirigida al ataque directo y continuado de instituciones capitalistas y estatales sólo puede provocar que el resto de la sociedad no entienda estas acciones por el propio desconocimiento de las propuestas y tácticas anarquistas y, por ende, no se consiga concienciar a este conjunto amplio de la sociedad sino, más bien, crear en ellos un rechazo que será efectivamente abonado por los medios de comunicación en manos del gran capital.

Uno de los grandes beneficios que aporta una federación asamblearia es la posibilidad de coordinar luchas en espacios muy amplios. Cuando no se cuenta con una organización formal, llevar a cabo acciones coordinadas, por ejemplo, a nivel estatal, es siempre más complicado, aunque no imposible. Cierto es que existen ejemplos de luchas más o menos amplias coordinadas sin necesidad de una organización formal, pero existen muchos más  de lo que una organización formal puede conseguir, aun estando formada por pocos miembros. Todo esto por no mencionar uno de los principios básicos de la táctica anarquista como es la coincidencia entre fines y medios. Si aprendemos a coordinarnos en organizaciones más o menos amplias, estaremos formándonos de cara a una sociedad sin estado, en la que la coordinación entre diferentes colectivos será una necesidad habitual, y demostrando que la organización anarquista es efectiva incluso para actividades de un alto grado de complejidad.

Por otro lado, la ausencia de organización formal es indudablemente un problema en el aspecto de la acumulación de experiencias. La asamblea informal tiene por definición un objetivo concreto que responde a un problema puntual. Una vez finalizado el conflicto, lo más habitual es que la actividad se diluya y con ello se esfumen muchos de los lazos creados durante el conflicto y se pierdan los hábitos que tanto cuesta crear y que tan efectivos resultan a medio y largo plazo. La inercia creada durante el transcurso de los conflictos no se aprovecha y las tácticas que han funcionado pueden no perdurar en el tiempo. Ahí nos queda toda la lucha estudiantil llevada a cabo contra la implantación del llamado Plan Bolonia, de la que ha desaparecido todo rastro en apenas un par de años. Sin acumulación de experiencias estamos condenados a repetir los errores cometidos en el pasado.

Si nos centramos en el aspecto de las luchas obreras, el anarcosindicalismo parte de pequeños conflictos de carácter reformista, como puede ser una lucha por una subida de salario en una empresa concreta, para que, a través de la concienciación de la clase trabajadora, las luchas se generalicen hasta una escala amplia que produzca un colapso en el sistema. Por lo tanto, una de las funciones de la organización formal en este ámbito es la propagación de los conflictos. Gracias a la federación, podemos contar con una respuesta rápida a cualquier petición de solidaridad por parte de cualquier otro colectivo, sindicato, etc. que componga dicha organización. Aunque es evidente que no es necesario estar federado con otro colectivo para mostrar tu solidaridad con él, también es fácil ver que la solidaridad podrá ser más rápida y efectiva cuando existe una relación formal y un trabajo en común que se realiza de forma habitual.

Por último, fijándonos en el aspecto represivo, del que cualquier colectivo que pelee contra el sistema de forma aislada puede ser una presa fácil, la federación nos dota de un cuerpo protector frente a los ataques que podamos recibir. Permite una mayor y más contundente respuesta a la represión ya que el Estado, mediante los cuerpos represivos, no se enfrentará sólo contra un determinado grupo aislado, sino contra una organización entera.

En definitiva, las ventajas de la organización formal son, como la historia y la propia experiencia nos ha demostrado, muy superiores a los de la organización digamos espontánea o autónoma. Además, la organización formal es la mejor salvaguarda para las aspiraciones revolucionarias que desgraciadamente suelen derivar en luchas meramente reformistas cuando se actúa de forma desorganizada y dispersa. Siendo conscientes de la fase actual de la lucha de clases en la que nos encontramos, la prioridad del movimiento anarquista debe ser el reforzamiento de las organizaciones que lo componen, sin descartar el surgimiento de otras nuevas, y la propaganda masiva de nuestras propuestas, pues nuestro ideal es nuestra fuerza y será el motor para la definitiva emancipación de la humanidad.


1. Lucha Autónoma “¿Qué es la autonomía?”
2. Joe Black “Anarquismo, insurrecciones e insurreccionalismo”  http://www.anarkismo.net/newswire.php?story_id=4324

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