domingo, 27 de mayo de 2012

Literatura y anarquismo


Una aproximación al panorama literario actual

Desde hace décadas, las teorías más prestigiosas en los ámbitos académicos defienden sin casi oposición que la literatura es una compleja forma de acceso a la realidad o de intelección o una reflexión más o menos profunda sobre la existencia hoy (o ayer o siempre) o una privilegiada forma de comunicación…, o una combinación de algunos de esos elementos (u otros que se nos olvide) con todos los matices que se quieran introducir. Más allá de las diferencias entre teorías, lo habitual es coincidir en entender la literatura como un fin en sí mismo, como una forma autónoma de creación artística libre y viva que tiene una relación de difícil análisis con la sociedad y con el creador, pero nunca supeditada ni a uno ni a otro ni al lector, sino a todos ellos con diferente predominio de alguno de estos aspectos según corrientes. La complejidad de las sociedades occidentales tardocapitalistas en general y de su mundo académico no facilita un análisis simple. Solo cabe decir que este mundo académico se construye sobre un muy elaborado discurso teórico, vinculado casi en exclusiva al ámbito universitario.

Alejado de la concepción elevada de la alta literatura, podemos encontrarnos con la literatura comercial o de consumo, esa que se puede encontrar en las grandes librerías de los centros comerciales, que se anuncia en los medios de “comunicación”, que suele ser elogiada como un buen entretenimiento y que tiene como objetivo final ser un producto lo más rentable posible. Detrás de este mundo hay a menudo costosas campañas de publicidad, premios amañados y todo un juego de apariencias cercano al impostado mundo de la música y el cine comerciales. No es extraña la figura del autor de consumo que vende su producto artístico usando como “literatura minoritaria”, esa que hemos descrito arriba, como reclamo publicitario.

En la actualidad, con un carácter completamente minoritario podemos encontrar una literatura de carácter social, es decir, una literatura que muestra una crítica radical del mundo en el que nace. El fracaso del individuo, la creación literaria, las relaciones interpersonales, los conflictos sobre la identidad… son temas propios de la literatura de minorías; las relaciones personales tratadas con brocha gorda, las tramas históricas con algo de suspense y casi cualquier asunto digno de tratarse superficialmente son característicos de la literatura de consumo; las miserias de la democracia, el ecologismo, la divulgación política a través del ensayo y una multitud de temas de denuncia social forman el grueso de una literatura antagonista cuyo principal objetivo es esencialmente generar conciencia.

Dentro de esta literatura de carácter social se puede llegar a distinguir una literatura de carácter netamente libertario, que principalmente toma forma en el ensayo de carácter político, por ser el género literario que mejor se ajusta a la urgente necesidad de realizar una crítica explicíta a todas las formas de opresión existente y, sobre todo, posibilita la plasmación de alternativas propiamente libertarias. Las posibilidades de otros géneros reduce a menudo la posibilidad de un mensaje unívocamente anarquista, por lo que hay ciertas formas de literatura social que, sin explicitar su activismo libertario, lo sostiene sobre valores anarquistas que toman formas diversas aunque desde una sensibilidad perfectamente definida.

El canon, la literatura social y la sensibilidad anarquista

El canon literario, es un conjunto de valores que sirve para “reglamentar” qué textos son los prestigiosos en una sociedad o en un grupo social determinado en un momento concreto. Es frecuente, aunque es un argumento algo engañoso, remarcar que los textos que constituyen el canon son aquellos que sobreviven al tiempo por su carácter universal. En realidad el canon suele estar constituido por textos valorados por ser los propios de las clases dominantes del momento de la creación o del momento de la recepción. Alrededor de estos textos canónicos se puede encontrar una cantidad importante de material crítico más o menos complicado que sirve para legitimar su condición de texto prestigioso.

Dicho esto, no podemos obviar que eso que muchos llaman posmodernidad, es decir, la lógica cultural de nuestro tiempo, se caracteriza por un canon que muchos consideran abierto o fragmentario. En unas sociedades como las democracias capitalitas contemporáneas no es fácil definir de forma unívoca las relaciones de poder sobre las que se sostiene el canon por lo que esta sensación de diversidad está bastante extendida.

Pese a la heterogeneidad de propuestas que caben bajo el paraguas de la posmodernidad, no todas disfrutan del mismo estatuto. No todas tiene la misma posición. Por ejemplo, hay que señalar que la literatura social, esa que se propone crear conciencia de la explotación económica, la opresión política, etc. que en otros periodos (como parte de los 50, 60 y 70 del siglo XX) fue considerada como una literatura de cierto prestigio, ha quedado relegada, como ya mencionamos, a una posición secundaria, minoritaria o incluso, por momentos, marginal.

La historia de la literatura, que se construye desde los despachos oficiales, nos dice que la literatura social ha pecado tradicionalmente (con escasas excepciones) de simplona en sus tramas y temas; maniquea en la creación/recreación de personajes; torpe (o siendo generosos, descuidada) en su elaboración formal, prosaica; etc.

Esta concepción del arte que piensa en la literatura como sofisticado ejercicio intelectual responde a una de las varias concepciones burguesas de la creación. Tras esta visión de la literatura, hay una concepción del artista como genio, como individualidad especialmente dotada, que cobró fuerza tras el medioevo y que durante el romanticismo (ese movimiento pequeñoburgués) exaltó al artista como ser diferenciado, particular… Esta idea se ha prolongado hasta hoy y tiene un calado innegable en las sociedades occidentales que han interiorizado dicha forma de entender al artista. Por todo esto, los pensadores orgánicos dicen que la literatura social es un subarte o arte torpe de barricada y denuncia. No hay nada que decir. Debemos darles la razón. La creación burguesa pensada como estética (como ética del jarrón de museo), con su refinamiento, con sus genios y sus admiradores de genios, sus sutilezas y su capacidad de indagar en lo más profundo, no puede sino mirar con desdén a una literatura para destruir el poder y el estatuto del artista profesionalizado. El arte es demasiado importante como para dejarlo en manos del artista. Por el contrario, descentralizar la figura del creador (y desacralizarlo), anclarlo a las necesidades comunes y llevarlo al encuentro de lo colectivo son fundamentos propios de la cultura literaria del anarquismo.

No es decir nada nuevo que para el anarquista el refinamiento conceptual y las indagaciones metafísicas, la construcción de un imaginario poético propio es algo secundario cuando no frívolo y estúpido. La anarquía no necesita de artistas que nos deslumbren y dejen su nombre para la posteridad. La creación libertaria está atada a la rabia de la rebeldía colectiva del aquí y del ahora. Esa su expresión.

Por eso no deben extrañarse algunos de que para nosotras/os algunas pintadas que aparecen en las tristes tapias de la ciudad tengan más contenido artístico que muchas salas enteras del Museo Reina Sofía.

Lo dicho, la neurosis o las barricadas.

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